Contacto con el diablo
“El mejor truco que el diablo inventó fue
convencer al mundo de que no existía"
Roger “Verbal" Kint – The Usual Suspects
- - ¿Qué es lo primero que recuerdas? – las
preguntas iniciales del psicólogo del colegio iban directamente relacionadas a
la interacción en familia del alumno Suárez. Al ser inútiles, el cuestionario
propuesto en un inicio, el interrogatorio tornó más al aspecto personal. La
razón de la cita terapéutica: Damián Suárez golpeó brutalmente a su compañero
de clase con una bate de metal - ¿Cuál es el primer recuerdo que tienes de toda
tu vida?
- - Me acuerdo que corría por un parque y no me fijé
que había roca grande delante de mí… así que me caí y me golpee la cara… o
quizás fue la cabeza – Damián responde con una neutralidad en su voz, en su
expresión, en su misma respuesta. La vista estaba perdida en un zona
cualquiera; tal cual como su vida en ese instante
- - ¿Ese es tu primer recuerdo? – no se sabe con
exactitud si el psicólogo preguntaba para cerciorarse que el recuerdo sea,
efectivamente, el más antiguo o si la respuesta del joven Suárez no es
convincente
- - Sí – responde decepcionando al psicólogo
- - Está bien – miente - ¿Cuál es tu segundo
recuerdo más antiguo? O mejor, ¿dime brevemente tus recuerdos más antiguos?
Dime unos tres o cuatro
- - Una vez, tenía cuatro años o creo que cinco,
estaba en un micro con mi abuela. Era la primera vez que me subía a un micro y
como no me sujete bien, cuando el micro avanzó o yo me fui para atrás y me
golpee aquí – se sujeta la parte trasera de su cabeza
- - ¿Te dolió mucho?
- - No me acuerdo pero me mareé bastante
El
psicólogo sospecha algo, tiene una idea vaga en su mente que cree poder
descifrar si sigue indagando con preguntas similares.
- - Otro recuerdo… ¡ah sí! En el cumple de mi primo,
yo tenía 7 años. Habíamos roto la piñata. Yo me agarré una bolsa con dulces y
con un chupete de color verde. Me acuerdo del color porque todos los caramelos
que había en la bolsa eran morados y el único color distinto era el del
chupete. Mis primos y yo corrimos por su jardín que era bien grande. Yo me
alejé, no sé por qué. Tenía mi chupete sujetándolo con una mano; con la otra
tenía mi bolsa con dulces. Por accidente suelto el chupete y se va volando
hasta un arbusto. Me acerco, me agacho y veo unas luces rojas que empiezan a
prenderse de a pocos dentro del arbusto
- - Podía ser parte de la ambientación
- - No sé, no creo. En esa parte del jardín no había
luces ni nada
Los
dos permanecen en silencio. Damián no podía explicarse porqué nunca contó este
suceso a nadie; el psicólogo, paralelamente, no sabía ciencia cierta si era
útil lo que decía. Aunque más se parecía a una alucinación.
- - Y en la fiesta de tu primo, ¿te golpeaste la
cabeza por casualidad? Digo, como ya te habías accidentado antes, quizás aquí
también…
- - No lo recuerdo. Creo que me arañé la frente con
las ramas de los arbustos pero no me golpeé así tan fuerte. Cuando vi esas
luces rojas que se prendían, di media vuelta y me fui
El
psicólogo anota en un bloc de notas palabras, ideas, frases que el chico Suárez
no puede observar desde su posición.
- - ¿Por qué me pregunta todo esto? – reclama el
paciente ante tanta pregunta incoherente
- - Tuviste un ataque violento, algo inusual en ti
porque tus compañeros de clase te veían como un chico tranquilo. A decir verdad
todos decían lo mismo
- - ¿Es que nadie me cree?
- - ¿Creer qué?
- - Yo… yo vi al diablo
El
psicólogo anteriormente había tenido experiencia con pacientes jóvenes que
aseguraban experimentar contacto con fuerzas místicas; pero si bien estaba
acostumbrado a comentarios similares, nunca había escuchado semejante
afirmación.
- - ¿Cómo así? – el psicólogo intenta seguirle la
corriente con sin mucho éxito
- - Jugaba escondidas en mi casa. Mi abuela me dijo
que no debía subir al tercer piso porque era peligroso, pero esa vez no le hice
caso y me escondí en un armario que estaba en ese nivel. Me encerré ahí y
escuché como si alguien más estuviera encerrado. Algo se movía, lo sabía porque
se escuchaba como si alguien pisara madera y algunos vestidos colgados se
movían ligeramente
- - ¿Encontraste algo?
- - No se lo dije a nadie pero estoy casi seguro que
vi una cola
- - ¿Una cola?
- - Sí, no espere. Era casi como la mitad de una
cabra. Vi su cola y las dos patas traseras
- - ¿Cómo podía entrar una cabra en una armario?
- - Yo que sé, eso es lo que vi
El
psicólogo detiene el lapicero, revisa sus anotaciones en su bloc y las lee una
y otra vez.
- - Me acerqué a donde estaba la cabra, moví todos
los vestidos para despejar el espacio pero no había nada – añade el muchacho
- - ¿Y por qué crees que era el diablo?
- - Porque veo marcado en el piso una mancha negra,
parecía una cruz invertida que estaba marcada con carbón caliente
- - Tus papás me comentaron que tú te asustaste de
pequeño – el psicólogo lo interrumpe mientras lee el bloc de notas – Dicen que
viste un comercial en el que salía un infierno y cómo eran castigado las
personas. Y que a partir de ahí nunca te habían visto tan obediente… tan
tranquilo
- - ¿Está diciendo que yo me imaginé lo del diablo
porque me traumé con una propaganda en televisión?
- - Digo que puedes estar asociando algunos
recuerdos. Uno no puede recordar con exactitud toda su infancia. ¿Qué tan
seguro estás de que viste unas luces rojas en la fiesta de tu primo? ¿Cómo
puedes asegurar que viste una especie de cabra en un armario y no fue una
malinterpretación de las cosas que tenías a la vista?
Damián
Suárez permanece en silencio. Si no contaba sus experiencias era precisamente
por las razones que indicaba el psicólogo. Era ese miedo por el qué dirán lo
que lo callaba.
- - Vayamos directo al grano, ¿por qué mataste a tu
compañero de esa manera?
- - Porque él me obligó
- - ¿El diablo?
- - Sí. Cuando yo era niño…
- - Más niño de lo que ya eres – un joven de 15 años
a los ojos de un adulto de 28 es un niño
-
Cuando era niño, mi mamá me dijo que Dios tenía
un premio especial para los que se portaban bien. Y que toda idea mala que
pensábamos era el diablo que te lo ordenaba murmurándolo al oído. Yo me
esforzaba por ser bueno, por hacer lo correcto y cada vez que algo me salía mal
pensaba que era el diablo el que me tentaba por convertirme malo. Pero yo
seguía firme.
- - Eras bueno por conveniencia
- - Sí – admite con dificultad y culpa – Pero luego
me repetía tanto la misma cosa que me convencía a mí mismo de hacer el bien
porque sí. Después de ver al diablo en mi armario me empezó a hablar
- - ¿Escuchabas su voz?
- - No, no me hablaba con palabras, me mandaba
señales. Comenzó robándose mis cosas. En el nido hacía mi tarea y la guardaba
en mi lonchera. Pero cuando lo abría ya no estaba
- - Quizás te olvidabas de guardarlo, quizás se te
caía por algún lado, quizás…
- - Yo estoy seguro de tener mis cosas bien
guardadas. Lo sé. Después las señales empeoraban. Cada vez que mi cumpleaños se
acercaba, sentía un olor a quemado. Buscaba por todas partes de donde venía el
olor pero no había nada
- - Es pura coincidencia, no hay datos contundentes
de haber visto al diablo. ¿Por qué lo mataste?
- - Porque no podía aguantar las señales. Me
enloquecían y sabía que si se lo decía a alguien nadie me creería. El diablo me
señalaba que Mateo era alguien… malo
- - Pues tus compañeros dijeron que él era un pan de
Dios
- - ¡Pero no lo era! El diablo me mostraba su
verdadero yo. A veces los observaba y podía ver un aura rojo y un humo espeso a
su alrededor. Y cuando algo malo me sucedía no sé cómo pero él estaba ahí,
mirándome y burlándose
- - Uno de tus amigos me contó que en un partido de
fútbol tú estaba como arquero y cuando él te metió gol te enfureciste. ¿Estás
seguro que no escondes un odio hacia él y explotaste de un momento a otro?
- - Usted no me puede ayudar, mis papás no me pueden
ayudar, nadie puede… estoy perdido
- - Termina la historia, quizás pueda haber algo con
lo que te pueda ayudar
Damián
se queda en silencio. Creía innecesario seguir con la conversación por cuenta
propia.
- - ¿Lo mataste solo porque veías un aura malo? – el
psicólogo se esfuerza porque el paciente siga narrando los hechos
- - Lo maté… lo maté porque ya no podía seguir así.
El diablo se pasó invadiéndome por muchos años… me rendí
El
psicólogo lo observa confundido. Sus palabras sonaban muy convincentes como
también sus argumentos eran lo insuficientemente inválidos para considerarse
ciertos. Se levanta y le pude al joven Suárez que lo acompañe.
- - No podré hacer mucho por ti – le dice el
psicólogo con algunas palmadas en la espalda. – Quizás con otras terapias se
pueda negociar en el juicio, pero solo podré ayudarte si eres sincero conmigo
Ambos
abren la puerta de la sala y el mismo miedo es compartido al instante. Las
oficinas, la sala de espera, el baño, todo se quemaba como un incendio
forestal, hecho imposible porque para tal magnitud de desastre cualquiera de
los dos e habría percatado. Las recepcionistas ardían tan rápido que sus
cuerpos se derretían como maniquíes en llamas. Los profesores del colegio
corrían desesperadamente mientras el fuego los consumía de pies a cabeza. Los
niños en otros salones golpeaban desesperadamente las puertas selladas y
gritaban sin cesar.
El
psicólogo y el joven psicópata se mantienen inmóviles por la sorpresa. Entre
las llamas empuja una brisa de aire fuerte que abre un camino. Del humo espeso
y negro como es característico se divisa una imagen imposible de creer para los
ojos humanos: un hombre mitad cabra de la cintura para abajo y mitad hombre en
terno de la cintura para arriba. Su patas dejaban marcado huellas negras en
forma de cruces invertidas. A su mano izquierda tenía un chupete verde sucio
por estar expuesto al pasto y tierra.
Con
una de las referencias le bastaba a Damián para saber que estaba en lo
correcto: El diablo existía, y estaba frente a él.
- - Creo que esto te pertenece– la criatura mitad
cabra mitad hombre le entrega el chupete verde al joven perplejo – Te lo
entrego por tu buena labor. Hasta pronto
El
amo del infierno da media vuelta y desaparece de la misma forma que entró.
Damián solo centra su mirada en el chupete que tiene a la mano, olvidándose del
caos que reina a su alrededor. Y el psicólogo solo alcanza decir una cosa: ¡Él
existe!
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