jueves, 2 de enero de 2014

Contacto con el diablo

Contacto con el diablo



“El mejor truco que el diablo inventó fue convencer al mundo de que no existía"
Roger “Verbal" Kint – The Usual Suspects


-      - ¿Qué es lo primero que recuerdas? – las preguntas iniciales del psicólogo del colegio iban directamente relacionadas a la interacción en familia del alumno Suárez. Al ser inútiles, el cuestionario propuesto en un inicio, el interrogatorio tornó más al aspecto personal. La razón de la cita terapéutica: Damián Suárez golpeó brutalmente a su compañero de clase con una bate de metal - ¿Cuál es el primer recuerdo que tienes de toda tu vida?
-     - Me acuerdo que corría por un parque y no me fijé que había roca grande delante de mí… así que me caí y me golpee la cara… o quizás fue la cabeza – Damián responde con una neutralidad en su voz, en su expresión, en su misma respuesta. La vista estaba perdida en un zona cualquiera; tal cual como su vida en ese instante
-      - ¿Ese es tu primer recuerdo? – no se sabe con exactitud si el psicólogo preguntaba para cerciorarse que el recuerdo sea, efectivamente, el más antiguo o si la respuesta del joven Suárez no es convincente
-    -   Sí – responde decepcionando al psicólogo
-  - Está bien – miente - ¿Cuál es tu segundo recuerdo más antiguo? O mejor, ¿dime brevemente tus recuerdos más antiguos? Dime unos tres o cuatro
-     - Una vez, tenía cuatro años o creo que cinco, estaba en un micro con mi abuela. Era la primera vez que me subía a un micro y como no me sujete bien, cuando el micro avanzó o yo me fui para atrás y me golpee aquí – se sujeta la parte trasera de su cabeza
-     - ¿Te dolió mucho?
-     - No me acuerdo pero me mareé bastante

El psicólogo sospecha algo, tiene una idea vaga en su mente que cree poder descifrar si sigue indagando con preguntas similares.

-    - Otro recuerdo… ¡ah sí! En el cumple de mi primo, yo tenía 7 años. Habíamos roto la piñata. Yo me agarré una bolsa con dulces y con un chupete de color verde. Me acuerdo del color porque todos los caramelos que había en la bolsa eran morados y el único color distinto era el del chupete. Mis primos y yo corrimos por su jardín que era bien grande. Yo me alejé, no sé por qué. Tenía mi chupete sujetándolo con una mano; con la otra tenía mi bolsa con dulces. Por accidente suelto el chupete y se va volando hasta un arbusto. Me acerco, me agacho y veo unas luces rojas que empiezan a prenderse de a pocos dentro del arbusto
-     - Podía ser parte de la ambientación
-     - No sé, no creo. En esa parte del jardín no había luces ni nada

Los dos permanecen en silencio. Damián no podía explicarse porqué nunca contó este suceso a nadie; el psicólogo, paralelamente, no sabía ciencia cierta si era útil lo que decía. Aunque más se parecía a una alucinación.

-     - Y en la fiesta de tu primo, ¿te golpeaste la cabeza por casualidad? Digo, como ya te habías accidentado antes, quizás aquí también…
-    - No lo recuerdo. Creo que me arañé la frente con las ramas de los arbustos pero no me golpeé así tan fuerte. Cuando vi esas luces rojas que se prendían, di media vuelta y me fui

El psicólogo anota en un bloc de notas palabras, ideas, frases que el chico Suárez no puede observar desde su posición.

-     - ¿Por qué me pregunta todo esto? – reclama el paciente ante tanta pregunta incoherente
-     - Tuviste un ataque violento, algo inusual en ti porque tus compañeros de clase te veían como un chico tranquilo. A decir verdad todos decían lo mismo
-     - ¿Es que nadie me cree?
-     - ¿Creer qué?
-     - Yo… yo vi al diablo

El psicólogo anteriormente había tenido experiencia con pacientes jóvenes que aseguraban experimentar contacto con fuerzas místicas; pero si bien estaba acostumbrado a comentarios similares, nunca había escuchado semejante afirmación.

-     - ¿Cómo así? – el psicólogo intenta seguirle la corriente con sin mucho éxito
-     - Jugaba escondidas en mi casa. Mi abuela me dijo que no debía subir al tercer piso porque era peligroso, pero esa vez no le hice caso y me escondí en un armario que estaba en ese nivel. Me encerré ahí y escuché como si alguien más estuviera encerrado. Algo se movía, lo sabía porque se escuchaba como si alguien pisara madera y algunos vestidos colgados se movían ligeramente
-    -  ¿Encontraste algo?
-     - No se lo dije a nadie pero estoy casi seguro que vi una cola
-    -  ¿Una cola?
-     - Sí, no espere. Era casi como la mitad de una cabra. Vi su cola y las dos patas traseras
-     - ¿Cómo podía entrar una cabra en una armario?
-     - Yo que sé, eso es lo que vi

El psicólogo detiene el lapicero, revisa sus anotaciones en su bloc y las lee una y otra vez.

-    - Me acerqué a donde estaba la cabra, moví todos los vestidos para despejar el espacio pero no había nada – añade el muchacho
-    -  ¿Y por qué crees que era el diablo?
-    - Porque veo marcado en el piso una mancha negra, parecía una cruz invertida que estaba marcada con carbón caliente
-    - Tus papás me comentaron que tú te asustaste de pequeño – el psicólogo lo interrumpe mientras lee el bloc de notas – Dicen que viste un comercial en el que salía un infierno y cómo eran castigado las personas. Y que a partir de ahí nunca te habían visto tan obediente… tan tranquilo
-    -  ¿Está diciendo que yo me imaginé lo del diablo porque me traumé con una propaganda en televisión?
-  - Digo que puedes estar asociando algunos recuerdos. Uno no puede recordar con exactitud toda su infancia. ¿Qué tan seguro estás de que viste unas luces rojas en la fiesta de tu primo? ¿Cómo puedes asegurar que viste una especie de cabra en un armario y no fue una malinterpretación de las cosas que tenías a la vista?

Damián Suárez permanece en silencio. Si no contaba sus experiencias era precisamente por las razones que indicaba el psicólogo. Era ese miedo por el qué dirán lo que lo callaba.

-     - Vayamos directo al grano, ¿por qué mataste a tu compañero de esa manera?
-     - Porque él me obligó
-     - ¿El diablo?
-     - Sí. Cuando yo era niño…
-     - Más niño de lo que ya eres – un joven de 15 años a los ojos de un adulto de 28 es un niño
-      Cuando era niño, mi mamá me dijo que Dios tenía un premio especial para los que se portaban bien. Y que toda idea mala que pensábamos era el diablo que te lo ordenaba murmurándolo al oído. Yo me esforzaba por ser bueno, por hacer lo correcto y cada vez que algo me salía mal pensaba que era el diablo el que me tentaba por convertirme malo. Pero yo seguía firme.
-    -  Eras bueno por conveniencia
-     - Sí – admite con dificultad y culpa – Pero luego me repetía tanto la misma cosa que me convencía a mí mismo de hacer el bien porque sí. Después de ver al diablo en mi armario me empezó a hablar
-     - ¿Escuchabas su voz?
-     - No, no me hablaba con palabras, me mandaba señales. Comenzó robándose mis cosas. En el nido hacía mi tarea y la guardaba en mi lonchera. Pero cuando lo abría ya no estaba
-     - Quizás te olvidabas de guardarlo, quizás se te caía por algún lado, quizás…
-     - Yo estoy seguro de tener mis cosas bien guardadas. Lo sé. Después las señales empeoraban. Cada vez que mi cumpleaños se acercaba, sentía un olor a quemado. Buscaba por todas partes de donde venía el olor pero no había nada
-     - Es pura coincidencia, no hay datos contundentes de haber visto al diablo. ¿Por qué lo mataste?
-   - Porque no podía aguantar las señales. Me enloquecían y sabía que si se lo decía a alguien nadie me creería. El diablo me señalaba que Mateo era alguien… malo
-     - Pues tus compañeros dijeron que él era un pan de Dios
-     - ¡Pero no lo era! El diablo me mostraba su verdadero yo. A veces los observaba y podía ver un aura rojo y un humo espeso a su alrededor. Y cuando algo malo me sucedía no sé cómo pero él estaba ahí, mirándome y burlándose
-    - Uno de tus amigos me contó que en un partido de fútbol tú estaba como arquero y cuando él te metió gol te enfureciste. ¿Estás seguro que no escondes un odio hacia él y explotaste de un momento a otro?
-    -  Usted no me puede ayudar, mis papás no me pueden ayudar, nadie puede… estoy perdido
-     - Termina la historia, quizás pueda haber algo con lo que te pueda ayudar

Damián se queda en silencio. Creía innecesario seguir con la conversación por cuenta propia.

-  - ¿Lo mataste solo porque veías un aura malo? – el psicólogo se esfuerza porque el paciente siga narrando los hechos
-    - Lo maté… lo maté porque ya no podía seguir así. El diablo se pasó invadiéndome por muchos años… me rendí

El psicólogo lo observa confundido. Sus palabras sonaban muy convincentes como también sus argumentos eran lo insuficientemente inválidos para considerarse ciertos. Se levanta y le pude al joven Suárez que lo acompañe.

-     - No podré hacer mucho por ti – le dice el psicólogo con algunas palmadas en la espalda. – Quizás con otras terapias se pueda negociar en el juicio, pero solo podré ayudarte si eres sincero conmigo

Ambos abren la puerta de la sala y el mismo miedo es compartido al instante. Las oficinas, la sala de espera, el baño, todo se quemaba como un incendio forestal, hecho imposible porque para tal magnitud de desastre cualquiera de los dos e habría percatado. Las recepcionistas ardían tan rápido que sus cuerpos se derretían como maniquíes en llamas. Los profesores del colegio corrían desesperadamente mientras el fuego los consumía de pies a cabeza. Los niños en otros salones golpeaban desesperadamente las puertas selladas y gritaban sin cesar. 

El psicólogo y el joven psicópata se mantienen inmóviles por la sorpresa. Entre las llamas empuja una brisa de aire fuerte que abre un camino. Del humo espeso y negro como es característico se divisa una imagen imposible de creer para los ojos humanos: un hombre mitad cabra de la cintura para abajo y mitad hombre en terno de la cintura para arriba. Su patas dejaban marcado huellas negras en forma de cruces invertidas. A su mano izquierda tenía un chupete verde sucio por estar expuesto al pasto y tierra.

Con una de las referencias le bastaba a Damián para saber que estaba en lo correcto: El diablo existía, y estaba frente a él.

-     - Creo que esto te pertenece– la criatura mitad cabra mitad hombre le entrega el chupete verde al joven perplejo – Te lo entrego por tu buena labor. Hasta pronto

El amo del infierno da media vuelta y desaparece de la misma forma que entró. Damián solo centra su mirada en el chupete que tiene a la mano, olvidándose del caos que reina a su alrededor. Y el psicólogo solo alcanza decir una cosa: ¡Él existe!


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