Esteban vs El Oso
Un MP3 con 8 GB de
capacidad se mofaba de Esteban. Cada canción que reproducía aleatoriamente era
un mensaje subliminal que pronosticaba el futuro del muchacho. Si 10cc le decía
irónicamente que no estaba enamorado, entonces AC/DC le contaba que se iría por
la carretera hacia el infierno. Por último, Ed Sheran, a modo de himno, lo
tranquilizó con su vista de fuego. Como decía la canción: si este es el final,
entonces debemos quemarnos juntos. Esteban recordó que la canción se burlaba de
él; estaba solo y, si se quemaba, sería por cuenta propia.
Llegó al parque en el que se encontraría con el Oso. Fue en
ese mismo sitio que peleó contra él por primera vez, fue el mismo lugar en el
que se bebió todo un six pack de cervezas y decidió enfrentarse al animal por
segunda ocasión. Era una suerte de tributo el pelear en la misma locación con
eso que alguna vez lo marcó de por vida.
Esperó sentado en el gras húmedo. Apagó su MP3 y lo sacó de
sus bolsillos, como también su billetera y su celular, por precaución a que se
dañen en pleno enfrentamiento.
No transcurrieron ni tres minutos desde su llegada y el Oso
ya hacía su entrada.
¿Cómo empezó todo esto?, se preguntarán ustedes. Esteban
estuvo alguna vez enamorado de una chica, una chica promedio para ser exactos.
Pero el muchacho veía un ángel. Su piel blanca con un ligero tono gris, su
cabello y sus ojos tan oscuros como el espacio exterior, sus labios pequeños
que expresaban la perfección de lo minimalista, una voz delicada como si
demostrara que era libre de perversiones. ¿Su nombre? No lo recuerdo, se
llamaba María o Lana o Natalia o Ryoko o Eva o Carol; o quizás su nombre
completo eran todos esos juntos. Su nombre no interesaba, lo que importaba es
que desencadenó el interés de Esteban por ella. Lo único que le impedía seguir
con ese sentimiento era ese alguien que ya había ocupado su lugar: Ernesto
Larson Canessa.
Ernesto se acercaba a la arena de lucha mientras Esteban
recordaba la escena memorable de Gladiador, en la que Maximus se enfrentaba al
oso en medio del coliseo. El señor Larson no dudó ni un segundo en embestir al
muchacho una vez que lo reconoció. Y ahí Esteban se acordó que Maximus no se
enfrentó a un oso, sino a un león. Solo le quedaba a él crear sus propios
relatos y no rememorar momentos ficticios de películas.
Esteban bautizó a Ernesto Larson Canessa como ·El Oso” por la
cantidad de vellos alrededor de su rostro. No quería imaginarse en qué otras
zonas del cuerpo estaba repleto de pelos, así que se conformó con su cara para apodarlo
como aquel animal salvaje.
El oso atacó a Ernesto de la misma forma que lo hizo años
atrás. Los mismos golpes al vientre, antebrazos al cuello y puñetes a la
mejilla y ojos se repitieron como en aquel primer enfrentamiento. Solo bastó
unas cuantas conversaciones por Facebook entre Esteban y el ángel para
enfurecer al oso. El muchacho hablaba con una sinceridad que hipnotizaba a la
chica de nombre indefinido, lo que hacía que Ernesto sintiera que le quitaban
su propiedad.
El oso decidió cambiar su estilo de ataque y optó por
estrellar el cráneo del chico contra el césped. Ni las plantas sirvieron como
resorte para reducir el impacto en la cabeza. Esteban sintió un crack que pudo
provenir de alguna parte lateral de su cien o de la mandíbula. Quiso pedir un
receso de cinco minutos pero recordó que estaba en medio de una pelea sin
reglas. Sin fuerzas para contraatacar o defenderse, el muchacho permaneció
inmóvil y esperó a que los golpes cesaran, algo que demoró unos largos minutos.
La primera pelea entre ambos no deprimió a Esteban; muy al
contrario, sintió una especie de satisfacción por todo lo que hizo. Logró
sacarle una sonrisa a la chica ángel en las pequeñas esporádicas conversaciones
que mantuvieron y eso, para el muchacho, era suficiente.
El oso se iba de la zona de combate hasta que escuchó un
comentario de Esteban, quien intentaba reincorporarse lentamente.
- ¿Cómo está (introducir nombre de la chica)?
¿Consiguió trabajo en la universidad? – el oso voltea furiosamente y vuelve a
repetir la tortura, en menos tiempo pero mayor magnitud. Tira al suelo a
Esteban y lo mira por un instante – Cuando la veas – Esteban escupe sangre al
gras– mándale mis saludos
El oso lo agarra del cuello, le propina un cabezazo entre la
frente y su nariz. Esteban vuelve a sentir otro crack.
- - Que lástima que no está aquí, quería decirle
“está bien que yo sea feo, pero mira a esta mierda” – señalando con la cabeza
al oso, quien vuelve a meterle un cabezazo más fuerte y dirigido a la frente
exclusivamente
Vio a Ernesto caminar a paso acelerado hacia la pista y desvanecerse
en la avenida más cercana. Se pudo haber preguntado qué de especial tenía él,
cómo era posible que ella se fijara en el oso, si podría vencerlo en unos años
después; pero no hizo ni una de esas preguntas. Solo miró al cielo panza de
burro, se secó la sangre con las manos y antebrazos, se frotó las zonas
golpeados y sonrió.
Cada gota de sangre, cada diente movido, cada moretón, cada
sensación de músculo roto era un vínculo a ella. Hacía años que no la veía y lo
único que la mantenía cerca de él eran sus recuerdos, sus vivencias. No
obstante, los recuerdos se debilitaban con el pasar del tiempo, la única manera
de conservar la imagen de la chica ángel era construyendo nuevas experiencias;
el hacer enojar a su novio era una de ellas.
Contradictoriamente, era felicidad lo que le generó todo este
lío. No se trataba de masoquismo, a Esteban le desagradaba el dolor físico que
alguna vez sintió; pero era el nexo entre el dolor y el recuerdo lo que le daba
alegría. Además que aquel momento le sirvió, como mínimo, para burlarse del
oso. El muchacho se enojó tanto con él por la primera paliza que le dio, que optó
por los ataques psicológicos, aunque eso le costara dolencias en varias partes
del cuerpo.
Esteban se levantó de su sitio, caminó débilmente hacia un
árbol con unas escrituras borrosas en tizas. “Por favor, no le hagas daño, es solo un niño”, decía en los
recuerdos del muchacho la voz de la chica angelical al oso despiadado que,
eventualmente, agarraría a golpes al muchacho.
“Los moretones en los
nudillos, frente y pies del oso le harán recordar a la chica que yo sigo
existiendo; y mi sentimiento hacia ella, también”, pensó Esteban y abandonó
la arena de combate hasta otra ocasión.
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