viernes, 19 de diciembre de 2014

Esteban vs El Oso

Esteban vs El Oso



Un MP3 con 8 GB  de capacidad se mofaba de Esteban. Cada canción que reproducía aleatoriamente era un mensaje subliminal que pronosticaba el futuro del muchacho. Si 10cc le decía irónicamente que no estaba enamorado, entonces AC/DC le contaba que se iría por la carretera hacia el infierno. Por último, Ed Sheran, a modo de himno, lo tranquilizó con su vista de fuego. Como decía la canción: si este es el final, entonces debemos quemarnos juntos. Esteban recordó que la canción se burlaba de él; estaba solo y, si se quemaba, sería por cuenta propia.

Llegó al parque en el que se encontraría con el Oso. Fue en ese mismo sitio que peleó contra él por primera vez, fue el mismo lugar en el que se bebió todo un six pack de cervezas y decidió enfrentarse al animal por segunda ocasión. Era una suerte de tributo el pelear en la misma locación con eso que alguna vez lo marcó de por vida.

Esperó sentado en el gras húmedo. Apagó su MP3 y lo sacó de sus bolsillos, como también su billetera y su celular, por precaución a que se dañen en pleno enfrentamiento.

No transcurrieron ni tres minutos desde su llegada y el Oso ya hacía su entrada.

¿Cómo empezó todo esto?, se preguntarán ustedes. Esteban estuvo alguna vez enamorado de una chica, una chica promedio para ser exactos. Pero el muchacho veía un ángel. Su piel blanca con un ligero tono gris, su cabello y sus ojos tan oscuros como el espacio exterior, sus labios pequeños que expresaban la perfección de lo minimalista, una voz delicada como si demostrara que era libre de perversiones. ¿Su nombre? No lo recuerdo, se llamaba María o Lana o Natalia o Ryoko o Eva o Carol; o quizás su nombre completo eran todos esos juntos. Su nombre no interesaba, lo que importaba es que desencadenó el interés de Esteban por ella. Lo único que le impedía seguir con ese sentimiento era ese alguien que ya había ocupado su lugar: Ernesto Larson Canessa.

Ernesto se acercaba a la arena de lucha mientras Esteban recordaba la escena memorable de Gladiador, en la que Maximus se enfrentaba al oso en medio del coliseo. El señor Larson no dudó ni un segundo en embestir al muchacho una vez que lo reconoció. Y ahí Esteban se acordó que Maximus no se enfrentó a un oso, sino a un león. Solo le quedaba a él crear sus propios relatos y no rememorar momentos ficticios de películas.

Esteban bautizó a Ernesto Larson Canessa como ·El Oso” por la cantidad de vellos alrededor de su rostro. No quería imaginarse en qué otras zonas del cuerpo estaba repleto de pelos, así que se conformó con su cara para apodarlo como aquel animal salvaje.

El oso atacó a Ernesto de la misma forma que lo hizo años atrás. Los mismos golpes al vientre, antebrazos al cuello y puñetes a la mejilla y ojos se repitieron como en aquel primer enfrentamiento. Solo bastó unas cuantas conversaciones por Facebook entre Esteban y el ángel para enfurecer al oso. El muchacho hablaba con una sinceridad que hipnotizaba a la chica de nombre indefinido, lo que hacía que Ernesto sintiera que le quitaban su propiedad.

El oso decidió cambiar su estilo de ataque y optó por estrellar el cráneo del chico contra el césped. Ni las plantas sirvieron como resorte para reducir el impacto en la cabeza. Esteban sintió un crack que pudo provenir de alguna parte lateral de su cien o de la mandíbula. Quiso pedir un receso de cinco minutos pero recordó que estaba en medio de una pelea sin reglas. Sin fuerzas para contraatacar o defenderse, el muchacho permaneció inmóvil y esperó a que los golpes cesaran, algo que demoró unos largos minutos.

La primera pelea entre ambos no deprimió a Esteban; muy al contrario, sintió una especie de satisfacción por todo lo que hizo. Logró sacarle una sonrisa a la chica ángel en las pequeñas esporádicas conversaciones que mantuvieron y eso, para el muchacho, era suficiente.

El oso se iba de la zona de combate hasta que escuchó un comentario de Esteban, quien intentaba reincorporarse lentamente.

- ¿Cómo está (introducir nombre de la chica)? ¿Consiguió trabajo en la universidad? – el oso voltea furiosamente y vuelve a repetir la tortura, en menos tiempo pero mayor magnitud. Tira al suelo a Esteban y lo mira por un instante – Cuando la veas – Esteban escupe sangre al gras– mándale mis saludos

El oso lo agarra del cuello, le propina un cabezazo entre la frente y su nariz. Esteban vuelve a sentir otro crack.

-    - Que lástima que no está aquí, quería decirle “está bien que yo sea feo, pero mira a esta mierda” – señalando con la cabeza al oso, quien vuelve a meterle un cabezazo más fuerte y dirigido a la frente exclusivamente

Vio a Ernesto caminar a paso acelerado hacia la pista y desvanecerse en la avenida más cercana. Se pudo haber preguntado qué de especial tenía él, cómo era posible que ella se fijara en el oso, si podría vencerlo en unos años después; pero no hizo ni una de esas preguntas. Solo miró al cielo panza de burro, se secó la sangre con las manos y antebrazos, se frotó las zonas golpeados y sonrió.

Cada gota de sangre, cada diente movido, cada moretón, cada sensación de músculo roto era un vínculo a ella. Hacía años que no la veía y lo único que la mantenía cerca de él eran sus recuerdos, sus vivencias. No obstante, los recuerdos se debilitaban con el pasar del tiempo, la única manera de conservar la imagen de la chica ángel era construyendo nuevas experiencias; el hacer enojar a su novio era una de ellas.

Contradictoriamente, era felicidad lo que le generó todo este lío. No se trataba de masoquismo, a Esteban le desagradaba el dolor físico que alguna vez sintió; pero era el nexo entre el dolor y el recuerdo lo que le daba alegría. Además que aquel momento le sirvió, como mínimo, para burlarse del oso. El muchacho se enojó tanto con él por la primera paliza que le dio, que optó por los ataques psicológicos, aunque eso le costara dolencias en varias partes del cuerpo.

Esteban se levantó de su sitio, caminó débilmente hacia un árbol con unas escrituras borrosas en tizas. “Por favor, no le hagas daño, es solo un niño”, decía en los recuerdos del muchacho la voz de la chica angelical al oso despiadado que, eventualmente, agarraría a golpes al muchacho.

“Los moretones en los nudillos, frente y pies del oso le harán recordar a la chica que yo sigo existiendo; y mi sentimiento hacia ella, también”, pensó Esteban y abandonó la arena de combate hasta otra ocasión.


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