Desapareció el perro de la ex – pareja
El reloj marcaba las 12:23 p.m. y Nelson continuaba recostado en su cama. Las noches eran sus mañanas, las madrugadas sus tardes y las mañanas sus noches. Su horario se había desincronizado, y no por una cuestión de jet lag; a decir verdad, Nelson había perdido las ganas de viajar, de salir de casa o hasta vivir. Claro que no tenía tendencias suicidas, pero solo se quedaba a esperar a la muerte inminente; así se demorara toda una eternidad.
El reloj interno de Nelson lo despertó antes de que el timbre de la casa invadiera con su sonido molestoso. Claro que aquella tonadita adquirió el defecto “molestoso” cuando Nelson pasó de la infancia a la pubertad y estaba obligado a abrir la puerta como el buen muchacho maduro y responsable de la casa.
Su torso estaba desnudo y empapado. El calor lo obligaba a desvestirse por la noche y buscar cualquier fuente de frescura posible. Levantó una almohada del suelo y la usó como una toalla provisional. Se vistió con el polo del día de ayer que usó para la calle. Dicho sea de paso, el significado de calle según Nelson es la bodega en la esquina de su casa. Más allá de eso se le debería considerar una travesía.
El sonido del timbre se hacía presente por una segunda vez. Nelson se dirigió hacia el intercomunicador; solo para recordar segundos antes de contestar que estaba malogrado. Nunca reparó el intercomunicador por la flojera producto del desgano de la vida.
Abrió la puerta de la entrada y ella estaba ahí, como lo solía hacer en aquellas temporadas de primavera, verano, otoño e invierno; cuando aun estaban juntos, cuando aun se aceptaban sus virtudes y defectos. Sara estaba vestida como aquella primera vez que la conoció: en esa casaca de cuero, pantalones rojo oscuro y un collar de plata diminuto.
- Hey – dijo ella al notar que ninguno de los dos quería romper el hielo de manera tan incómoda
- Hola – respondió con la misma infertilidad social en su voz
- Necesito tu ayuda
Necesito tu ayuda. Esas tres palabras siempre conllevaban a una tarea muy difícil en la época que estos dos jóvenes se besaban apasionadamente porque creían que la química nunca acabaría. Aquel enunciado alguna vez se refirió a Ayúdame a mover la estufa de la cocina de mi casa, o acompáñame a comprar la comida para Navidad, o dame una mano para conectar mi nueva computadora en mi habitación.
- ¿No quieres pasar? – si bien es cierto que el pegamento ficticio que unía a esta pareja se había desintegrado, ello no le quitaba los buenos modales a Nelson
Sara asintió y caminó hacia la casa con un movimiento dubitativo. Como si la separación de ambos hubiera provocado que todo lo relacionado a su ex fuera desconocido; incluyendo la vivienda a la que tantas veces entró y durmió. Se sentó en la mesa de cocina y percibió la pesadez en la casa, cargada de una energía deprimente.
- Tengo té helado en la refrigeradora
Sara aceptó con la mirada. Mientras Nelson le alcanzaba el vaso, Sara se estaba sacando el anillo de su anular izquierdo y lo guardaba disimuladamente.
- No tienes que esconderlo
- Tengo que, la última vez no te lo tomates bien y saltaste desde un precipicio
- Sé que te casaste hace meses, y mírame. Estoy bien
Al observar el desorden de la casa y al mirar de manera seria a Nelson, Sara le comunicó una cosa muy clara: las cosas no estaban bien.
- Olvídalo, ¿qué necesitas?
Sara da un sorbo al vaso para justificar la suspensión de su respuesta. Y si es que Nelson le recriminaba la lentitud en su respuesta, su excusa sería el calor infernal de esos días.
- Fido se perdió
Nelson era indiferente con el perro que compartía con su ex novia. No es que lo odiara, pero tampoco lo amaba como cualquier ser humano ama a un animal. Solo era una boca, o mejor dicho, un hocico que alimentar.
- Pensé que se había muerto – exclamó Nelson con el fin de evitar la petición que se venía
- Necesito que lo busques
- No, necesitas encontrarlo, que yo lo busque es otra cuestión
- Vamos, Nelson, eres la única persona que le hace caso
- Tú te lo llevaste por 3 años, él ya se debió olvidar de mi
Nelson se lleva el vaso de Sara al lavadero, lo enjuaga y lo pone a un lado.
- Si eso es todo, gracias por tu visita, ya sabes dónde está la salida
Sabía que, con esas palabras, Nelson no lograría nada. Solo lo dijo por el placer de decirlas. Al contrario de lo que exigía aquella oración pronunciada, Sara se acercó al lavadero, tomó el vaso y lo lavó adecuadamente.
- No vendría a ti si no fuera importante
- ¿Por qué no se lo pides a Jasón? Tú y tu esposo deberían buscar al único hijo que tienen
- Él odia a Fido. Si fuera por él, lo mandaría a dormir
Sara coloca el vaso en su sitio y luego procede a colocarse frente a Nelson. Como si supiera que él no puede caer en la tentación.
- Yo también lo odiaba – Nelson actúa recio frente a las insinuaciones de Sara
- No mientas, no lo odiabas. Te daba igual. Como también te daría igual si lo buscaras en este momento
- ¿Y por qué no lo buscas tú?
- ¿Crees que no lo intenté?
- Creo que no intentaste lo suficiente
Y con esa declaración, Sara permaneció callada. Nelson estaba llegando al meollo del asunto, solo necesitaba seguir las pistas.
- ¿Por qué no seguiste buscando?
El silencio de Sara delataba algo oculto, Nelson creía estar cerca de la verdad, solo necesitaba más persuasión.
- Oye, responde, ¿por qué no seguiste buscando?
- Porque… si lo encontraba ya no tendría un buen motivo para verte
Sin que ella lo quisiera, Sara dominó la batalla. No con un argumento convincente sino con un enunciado misterioso.
- ¿Qué?
- Te necesito Nelson, no porque quiera encontrar a Fido. Porque quiero estar contigo. Y no me digas que tú tampoco sientes lo mismo, deja tu orgullo por una vez en tu vida y admítelo
Nelson estaba dispuesto a aceptarlo. Los años no habían pasado en vano, sirvieron como penitencia por el pecado capital más notorio en su vida. Dicho tiempo también le sirvió a Sara como reflexión para entender que Nelson no era una persona en su vida, era parte de; y ella se lo había extirpado violentamente.
Ambos miraron la vivienda en deterioro, la tierra acumulada en los rincones de la cocina, los platos sucios en el lavadero, las manzanas podridas en el frutal, el reloj con la batería agotada. Si Fido era la prueba de amor, la casa de Nelson era el símbolo de sus efectos decadentes.
- ¿Por qué no simplemente me lo dijiste? Podías haberte ahorrado todo el charloteo
- Porque necesito una prueba. Podré decirte lo mucho que te quiero y tú lo mucho que te hago falta. Pero las palabras no son convincentes. Faltan pruebas de amor. Si sales a buscar ese perro que tanta indiferencia te provocaba, quizás haya algo que sobrevivió entre nosotros
Y le creyó. Cierta inseguridad en Nelson le evitaba creer que realmente seguía amando a Sara. Más que una demostración de afectos para ella era por él. Quería estar convencido que los sentimientos no estaban del todo muertos. Nelson quería una chance más de reconocer que su corazón podía palpitar.
Agarró las llaves de su casa y se dirigió a la salida. No sin antes hacer una pequeña aclaración.
- Yo estoy buscando a Fido por nosotros, ¿qué vas a hacer tú al respecto?
Sara saca de su bolsillo el anillo de compromiso y se lo muestra a una distancia lejana; tan alejada que era imperceptible a los ojos de Nelson; pero tan simbólica como la imagen del Señor de los Milagros.
- Si regresas con Fido, ya no tendré que esconderlo. Desaparecerá para siempre
El rostro de Nelson no denotó felicidad, ni alegría, ni emoción. Parte de su depresión se había alimentado de esas sensaciones. Quizás, si encontraba a Fido volvería a sentir, pensó Nelson; dándose media vuelta y empezando a avanzar hacia más allá de la calle.
Sara ingresó a la vivienda, se metió al baño de visita, abrió la tapa del inodoro, dejó caer el anillo en medio del agua y jaló la cadena; no sin antes de cerrar la tapa, como para cerciorarse que lo que estaba adentro nunca más volvería a salir. La prueba de Sara era amar a Nelson, con Fido o no de vuelta.
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