El reloj marcaba las 12:23 p.m. y Nelson continuaba recostado en su cama. Las noches eran sus mañanas, las madrugadas sus tardes y las mañanas sus noches. Su horario se había desincronizado, y no por una cuestión de jet lag; a decir verdad, Nelson había perdido las ganas de viajar, de salir de casa o hasta vivir. Claro que no tenía tendencias suicidas, pero solo se quedaba a esperar a la muerte inminente; así se demorara toda una eternidad.
El reloj interno de Nelson lo despertó antes de que el timbre de la casa invadiera con su sonido molestoso. Claro que aquella tonadita adquirió el defecto “molestoso” cuando Nelson pasó de la infancia a la pubertad y estaba obligado a abrir la puerta como el buen muchacho maduro y responsable de la casa.
Su torso estaba desnudo y empapado. El calor lo obligaba a desvestirse por la noche y buscar cualquier fuente de frescura posible. Levantó una almohada del suelo y la usó como una toalla provisional. Se vistió con el polo del día de ayer que usó para la calle. Dicho sea de paso, el significado de calle según Nelson es la bodega en la esquina de su casa. Más allá de eso se le debería considerar una travesía.
El sonido del timbre se hacía presente por una segunda vez. Nelson se dirigió hacia el intercomunicador; solo para recordar segundos antes de contestar que estaba malogrado. Nunca reparó el intercomunicador por la flojera producto del desgano de la vida.
Abrió la puerta de la entrada y ella estaba ahí, como lo solía hacer en aquellas temporadas de primavera, verano, otoño e invierno; cuando aun estaban juntos, cuando aun se aceptaban sus virtudes y defectos. Sara estaba vestida como aquella primera vez que la conoció: en esa casaca de cuero, pantalones rojo oscuro y un collar de plata diminuto.
- Hey – dijo ella al notar que ninguno de los dos quería romper el hielo de manera tan incómoda
- Hola – respondió con la misma infertilidad social en su voz
- Necesito tu ayuda
Necesito tu ayuda. Esas tres palabras siempre conllevaban a una tarea muy difícil en la época que estos dos jóvenes se besaban apasionadamente porque creían que la química nunca acabaría. Aquel enunciado alguna vez se refirió a Ayúdame a mover la estufa de la cocina de mi casa, o acompáñame a comprar la comida para Navidad, o dame una mano para conectar mi nueva computadora en mi habitación.
- ¿No quieres pasar? – si bien es cierto que el pegamento ficticio que unía a esta pareja se había desintegrado, ello no le quitaba los buenos modales a Nelson
Sara asintió y caminó hacia la casa con un movimiento dubitativo. Como si la separación de ambos hubiera provocado que todo lo relacionado a su ex fuera desconocido; incluyendo la vivienda a la que tantas veces entró y durmió. Se sentó en la mesa de cocina y percibió la pesadez en la casa, cargada de una energía deprimente.
- Tengo té helado en la refrigeradora
Sara aceptó con la mirada. Mientras Nelson le alcanzaba el vaso, Sara se estaba sacando el anillo de su anular izquierdo y lo guardaba disimuladamente.
- No tienes que esconderlo
- Tengo que, la última vez no te lo tomates bien y saltaste desde un precipicio
- Sé que te casaste hace meses, y mírame. Estoy bien
Al observar el desorden de la casa y al mirar de manera seria a Nelson, Sara le comunicó una cosa muy clara: las cosas no estaban bien.
- Olvídalo, ¿qué necesitas?
Sara da un sorbo al vaso para justificar la suspensión de su respuesta. Y si es que Nelson le recriminaba la lentitud en su respuesta, su excusa sería el calor infernal de esos días.
- Fido se perdió
Nelson era indiferente con el perro que compartía con su ex novia. No es que lo odiara, pero tampoco lo amaba como cualquier ser humano ama a un animal. Solo era una boca, o mejor dicho, un hocico que alimentar.
- Pensé que se había muerto – exclamó Nelson con el fin de evitar la petición que se venía
- Necesito que lo busques
- No, necesitas encontrarlo, que yo lo busque es otra cuestión
- Vamos, Nelson, eres la única persona que le hace caso
- Tú te lo llevaste por 3 años, él ya se debió olvidar de mi
Nelson se lleva el vaso de Sara al lavadero, lo enjuaga y lo pone a un lado.
- Si eso es todo, gracias por tu visita, ya sabes dónde está la salida
Sabía que, con esas palabras, Nelson no lograría nada. Solo lo dijo por el placer de decirlas. Al contrario de lo que exigía aquella oración pronunciada, Sara se acercó al lavadero, tomó el vaso y lo lavó adecuadamente.
- No vendría a ti si no fuera importante
- ¿Por qué no se lo pides a Jasón? Tú y tu esposo deberían buscar al único hijo que tienen
- Él odia a Fido. Si fuera por él, lo mandaría a dormir
Sara coloca el vaso en su sitio y luego procede a colocarse frente a Nelson. Como si supiera que él no puede caer en la tentación.
- Yo también lo odiaba – Nelson actúa recio frente a las insinuaciones de Sara
- No mientas, no lo odiabas. Te daba igual. Como también te daría igual si lo buscaras en este momento
- ¿Y por qué no lo buscas tú?
- ¿Crees que no lo intenté?
- Creo que no intentaste lo suficiente
Y con esa declaración, Sara permaneció callada. Nelson estaba llegando al meollo del asunto, solo necesitaba seguir las pistas.
- ¿Por qué no seguiste buscando?
El silencio de Sara delataba algo oculto, Nelson creía estar cerca de la verdad, solo necesitaba más persuasión.
- Oye, responde, ¿por qué no seguiste buscando?
- Porque… si lo encontraba ya no tendría un buen motivo para verte
Sin que ella lo quisiera, Sara dominó la batalla. No con un argumento convincente sino con un enunciado misterioso.
- ¿Qué?
- Te necesito Nelson, no porque quiera encontrar a Fido. Porque quiero estar contigo. Y no me digas que tú tampoco sientes lo mismo, deja tu orgullo por una vez en tu vida y admítelo
Nelson estaba dispuesto a aceptarlo. Los años no habían pasado en vano, sirvieron como penitencia por el pecado capital más notorio en su vida. Dicho tiempo también le sirvió a Sara como reflexión para entender que Nelson no era una persona en su vida, era parte de; y ella se lo había extirpado violentamente.
Ambos miraron la vivienda en deterioro, la tierra acumulada en los rincones de la cocina, los platos sucios en el lavadero, las manzanas podridas en el frutal, el reloj con la batería agotada. Si Fido era la prueba de amor, la casa de Nelson era el símbolo de sus efectos decadentes.
- ¿Por qué no simplemente me lo dijiste? Podías haberte ahorrado todo el charloteo
- Porque necesito una prueba. Podré decirte lo mucho que te quiero y tú lo mucho que te hago falta. Pero las palabras no son convincentes. Faltan pruebas de amor. Si sales a buscar ese perro que tanta indiferencia te provocaba, quizás haya algo que sobrevivió entre nosotros
Y le creyó. Cierta inseguridad en Nelson le evitaba creer que realmente seguía amando a Sara. Más que una demostración de afectos para ella era por él. Quería estar convencido que los sentimientos no estaban del todo muertos. Nelson quería una chance más de reconocer que su corazón podía palpitar.
Agarró las llaves de su casa y se dirigió a la salida. No sin antes hacer una pequeña aclaración.
- Yo estoy buscando a Fido por nosotros, ¿qué vas a hacer tú al respecto?
Sara saca de su bolsillo el anillo de compromiso y se lo muestra a una distancia lejana; tan alejada que era imperceptible a los ojos de Nelson; pero tan simbólica como la imagen del Señor de los Milagros.
- Si regresas con Fido, ya no tendré que esconderlo. Desaparecerá para siempre
El rostro de Nelson no denotó felicidad, ni alegría, ni emoción. Parte de su depresión se había alimentado de esas sensaciones. Quizás, si encontraba a Fido volvería a sentir, pensó Nelson; dándose media vuelta y empezando a avanzar hacia más allá de la calle.
Sara ingresó a la vivienda, se metió al baño de visita, abrió la tapa del inodoro, dejó caer el anillo en medio del agua y jaló la cadena; no sin antes de cerrar la tapa, como para cerciorarse que lo que estaba adentro nunca más volvería a salir. La prueba de Sara era amar a Nelson, con Fido o no de vuelta.
Él se despertó preocupado a
las 5 a.m.; ella seguía dormida
No
supo si la razón de su sueño interrumpido fue el sonido de las gotas de lluvia
impactando en su ventana, o la leve corriente de frío que corría sobre su pie
destapado de las sábanas. Él solo supo que eran las 5 a.m., su despertador lo
indicaba y la ventana que daba una iluminación gris lo pronosticaba.
Giro
su cabeza unos 90º a su izquierda y la vio dormida. Eran muchas las veces que
la observaba en dicho estado: cuando veían una película en su sala, cuando ella
llegaba del trabajo y se recostaba en su cama, cuando ella terminaba de darse
un baño y se tendía en la tina llena de agua caliente, etc. Pero esta ocasión
fue la especial para que miles de inquietudes invadieran su cabeza.
“¿Por
qué ella estaba dormida a su lado? Porque eran novios”, se preguntó y respondió
él inmediatamente. Pero, ¿qué tenía él que a ella le interesara? No era un
hombre apuesto, lo sabía desde hacía mucho cuando miraba su reflejo en el
espejo y lo corroboró en aquel instante cuando notó que su abdomen sobresalía
de su pijama con cada bocado de respiración que daba.
“Quizás
no sea una chica superficial”, se argumentó a sí mismo. Recordó que una de las
infinitas cualidades que lo enamoró fue la sencillez de ella por apreciar a
todos sin importar sus bellezas o fealdades.
Rozó
con su pie descalzo las suaves piernas de ella. Esa conexión entre los
resultados del tacto lo llevó a dirigir su mirada hacia su rostro, solo
enfocándose en aquella superficie blanca y perfecta que decoraba todo en ella:
su cara, su nariz, sus orejas. Con sus ojos recorría el camino conocido como
piel desde su frente, bajando por su cuello y terminando en sus hombros que
delimitaban con las sábanas.
No,
él no necesitaba de la imaginación para saber qué escondían las sábanas. Él
sabía exactamente cómo era ella tal cual Dios la envió a la Tierra, porque ella
lo decidió. Él le hizo cosas que ella nunca se lo habría permitido a ningún
otro hombre, porque ella lo decidió. Él estaba dentro de su corazón, porque
ella lo decidió.
Pero
la inquietud continuaba: ¿por qué? ¿por qué ella decidiría todo eso y más? Él
ya sabía que no era una cuestión de atractivo físico. Por ende, solo le quedaba
él como persona.
Y
tampoco estamos hablando del mejor hombre que puso un pie en el planeta Tierra,
que digamos.
Explicaciones
no hacen falta: desde lanzar un ladrillo al parabrisas de un profesor que lo
jaló en un curso hasta tirar al suelo la caja registradora de un puesto de
comida en un centro comercial por el mero hecho de ser atendido fuera de
tiempo. Ni qué decir de la ocasión que le reventó las cuatro llantas al 4x4 que
se estacionó al frente de su casa sin su permiso.
No,
él no era el mejor hombre que había dado un respiro en la Tierra; tampoco se
preocupaba por serlo.
La
lluvia había cesado, el frío dejó de ambientar la habitación y la luz gris
tornaba azul. Él dio un último vistazo a ella y volvió a preguntarse porqué.
Entonces, por arte de Dios, la magia o una superinflación de raciocinio en su
cerebro se le vino una idea esperanzadora: ¿y si hay algo en mí que solo ella
puede ver?
Él
cerró los ojos y se dejó llevar por el sueño.
Quizás
él era tan malo consigo mismo que se olvidó lo bueno que era… o quizás ella era
tan buena que podía ver lo bueno hasta en lo más malo.
Espelmi
se encontraba recostada en el campo de lylac, flores de colores fríos que
cambian de aspecto según la temporada del año. La muchacha observaba el cielo y
divisaba las estrellas Lilith, Uriel y Metatrón. Su padre le comentó, en algún
momento de su niñez, que esas estrellas eran ángeles y cada mil años visitaban
los pueblos para bendecirlos. Incluso aseguró que su abuela, Bachan, tuvo
contacto con Lilith; cuando esta se topó con ella mientras se bañaba en el río
Fluz.
El
viento, las nubes y las plantas mismas viraron hacia donde la estrella mayor se
oculta; Espelmi se vio obligada a mirar, por curiosidad, el porqué de la
actitud inesperada de la naturaleza. Era su hermanito, Freire, que corría a
toda velocidad hacia su hermana mayor y que venía por la misma dirección de
donde se escondía el ambiente.
- - ¡Está aquí! ¡Ya llegó! – corría y gritaba Freire
mientras las plantas se abrían paso para no ser aplastadas por los pies ligeros
del niño
- - ¿Quién?
- - El viajero sub-espacial
La
primera vez que Espelmi escuchó ese apodo, le costó recodarlo, lo consideraba
un sobrenombre ridículo. Al contrario, decidió conservar en su memoria el
nombre verdadero del apodado: Jiroh. Irónicamente, después de 12 atardeceres en
el pueblo de Haru (que equivale a 6 meses como ustedes lo perciben), Espelmi
consiguió asociar “El viajero sub-espacial” y Jiroh como una sola persona.
- ¿Dónde está? – pregunta Espelmi, quien sintió un
escalofrío al recibir la noticia; escalofrío que se mezcló con las bajas
temperaturas que sufría el pueblo
- - Lo han llevado al municipio del general. Grart
dice que tenía el colmillo del Secundario; Mirir me juró por su tatarabuelo, Loe’n,
y que aun vive hasta estos días, que el Viajero regresó sin un brazo; Leonoro,
que dijo ser el primero del grupo en verlo, aunque eso es mentira, porque el
primero fue el hijo de la tejedora de mantas que…
- - ¡Basta Freire! Llévame donde él
- - Sí, hermana
Al
recorrer por los campos y observar el cielo dividido en el atardecer y
anochecer de manera tan marcada, Espelmi recordó la leyenda que el pueblo
narraba a los descendientes, y los descendientes a sus descendientes: “la
naturaleza le dará la bienvenida como el héroe que es”. Ni ella ni su hermano
corrían, pero avanzaban a paso ligero.
- - ¿Qué dijo Leonoro? – Espelmi reconoce la
curiosidad que le causó los comentarios de se hermanito con respecto a la
llegada del héroe
- - Dijo que fue el primero en verlo, aunque es
mentira porque Rikio mandó a un fénix mensajero a los del grupo, dijo que lo
vio saliendo del mar Bugenda – Freire mira de reojo a su hermana, quien le da
una mirada de impaciencia por la cantidad de información que transmite sin
llegar a la raíz del asunto – En fin, la cosa es que Leonoro nos dijo que estaba
ciego
- - ¿Ciego?
- - Sí, que caminaba raro
- - Eso no significa que esté ciego
- - Pero dice que se movía como no supiera donde
pisaba
- - Tú caminas sin saber donde pisas y no estás
ciego
Freire
se tropieza con una roca, se levanta lanzando pequeños gemidos de dolor. Su
hermana no se toma la molestia de ayudarlo ni por un segundo. En su mente, ella
asegura que su hermanito ya no es tan pequeño para estar cuidándolo como un
niño. Continúan con el paso, las luces del pueblo le dan a entender a Espelmi
que su hermano tenía razón con la llegada de Jiroh.
- - ¿Le vas a dar un beso al Viajero sub-espacial? –
pregunta Freire, que caminaba por el recorrido formado con tierra blanca, como
si mantuviera el equilibrio; extendiendo los brazos, tambaleándose y mirando el
suelo para evitar una nueva caída
- - ¿Qué dices? – pregunta entre extrañada y
malhumorada
- - Que si le vas a dar un beso al Viajero
sub-espacial – alza más la voz pero mantiene el mentón pegado al pecho para no
despegar la mirada del suelo
- - Primero, no lo llames así, ¿por qué todos se
complican la vida llamándolo por ese apodo tan largo? Se llama Jiroh y punto
- - La leyenda dice que él es el…
- - Ya sé lo que dice la leyenda. Segundo, ¿por qué
crees que le voy a dar un beso?
- - Porque estás enamorada de él
- - ¿De dónde sacas esas ideas?
- - Hidami, la hermana de Nurbert, dice que los vio
en el campo de lylac agarrados de la mano y luego abrazados, en el último día
antes de su partida al planeta Froyd
- - ¿Ah sí? Pues la hermana de Nurbert es una
tremenda… - Espelmi permanece en silencio, no quería corromper a su hermanito
con lenguaje ofensivo – Olvídalo
- - Entonces… ¿es cierto?
- - No, Freire, no le voy a dar un beso
- - No, eso no; lo de que se abrazaron antes de que
se vaya a luchar contra el Secundario
- - No – miente Espelmi, sus palabras no logran
convencer a Freire, pero este no insiste y decide seguirle el juego
El
pueblo estaba reunido a las afueras del municipio del general. Espelmi logra
escabullirse entre la multitud con su hermano, quien tenía una mayor facilidad
para entrar por los espacios pequeños. Ingresan al municipio y observan un
estrado lleno de sabios, líderes y sacerdotes. Al centro estaba Jiroh, el
tiempo le había jugado un mal rato con su apariencia física, pero el corazón de
Espelmi latió como la primera vez que lo conoció: de manera incesante.
- - Repita, viajero, ¿cómo venció al Secundario? –
el sacerdote, ciego y sentado en una manta roja, interroga al héroe
- - Lo rastreé en el planeta Asoi, supuse que
estaría indefenso porque el dios tiene como hábitat los ecosistemas húmedos. Y
como todos saben, el planeta Sho es conocido por sus desiertos infértiles y
altas temperaturas
- - ¿Cómo venciste al dios siendo tú un simple
mortal? – el gobernador, escéptico, continua con el interrogatorio
- - No es un simple mortal, gobernador – interrumpe
el sabio – Está hablando con el elegido por el Universo, con el Viajero
Sub-Espacial
- - Si no me cree, aquí tiene la prueba – interrumpe
el viajero
El
viajero extrae de una bolsa gris una bola blanca, rodeada por mucosidad, con
varias pequeñas líneas a sus alrededores que indicaban venas. Era el ojo del Secundario.
Todos gritaron de la sorpresa.
-Bienaventurado el pueblo y los hombres que sean
libres de los dioses imponentes – grita el sacerdote, el pueblo le sigue el
coro
Jiroh
tiene la mirada perdida, divisa a Espelmi entre la multitud. No era felicidad,
ni alegría, mucho menos amor lo que sus ojos expresaban. Solo una ligera
sorpresa. Se baja del estrado, camina entre la multitud que lo abraza, logra
apartarse y salir del municipio. Mira el cielo oscureciéndose como si fingiera
que alguien lo ve desde el infinito del espacio.
- - Después de 12 atardeceres recién te apareces –
Espelmi le interrumpe su fijación por el cielo
- - 12 atardeceres, era el tiempo estimado según la
leyenda – responde Jiroh de manera neutra
- - Prometiste enviarme un fénix mensajero por cada
atardecer
- - Los fénix no pueden hacer viajes tan largos, me
di cuenta cuando mandé el primero y nunca regresó
Ambos
se miran. Las emociones y sentimientos que compartieron aquella última vez que
compartieron miradas no se repitieron en dicho instante. Era una conexión
bizarra, desconcierto, misterio. El pueblo salía del municipio bailando,
bebiendo y gritando.
- - Búscame a la casa de campo, ¿recuerdas dónde
era? – pregunta Espelmi
- - Sí – responde Jiroh con la misma neutralidad
- - Bien, ve al establo y procura que mi madre no te
vea
La
madre de Espelmi dejó la mesa servida. Los choclos provenientes de las semillas
de Jimawara estaban fríos como la temperatura de los campos de donde provenían.
El caldo de orugas azules estaba servido al centro de la mesa, en un bowl de
piedras calientes. Espelmi bebió rápidamente la sopa, para la sorpresa de su
madre y de hermano; quienes de antemano saben el poco gusto que tiene la
muchacha por los caldos y la comida muy caliente.
- - ¿Puedo llevar un poco más de caldo al establo? –
la petición de Espelmi sorprendió más aún a su madre
- - Es que las pashes no se están sintiendo muy
bien, me voy a quedar con ellas hasta que estén mejor
- - Yo te acompaño – se ofrece Freire
- - ¡No! – la chica misma se asusta con su tono de
voz – Yo… puedo sola
Espelmi
sujetó con cuidado el bowl y caminó como si el objeto que llevaba en manos
fuera tan frágil como el hielo de los montes Jaig. Se olvidó de vestir sus
zapatos de casa, pisó la tierra húmeda, creyó haber aplastado a un cerdito de
tierra; pero levantó la planta del pie y se trataba de pequeñas piedras que
impedían la creación de colmenas cerca de la granja.
Abrió
las grandes, pero livianas, puertas del establo con sus brazos. Jiroh estaba
sentado, mirando fijamente a las pashes que le devolvían el mismo gesto.
- - ¿Qué milagro no la estás acariciando? – le
pregunta Espelmi mientras le extiende el bowl con cuidado
- - ¿Por qué la acariciaría? – recibe el bowl sin
mucha delicadeza, se vierte un tanto de sopa en la paja que cubría el suelo
- - Te encantaba hacer eso – se sienta a su costado
– Dijiste que después de volver de la cacería, lo primero que harías sería
acariciarlas
Jiroh
empezó a beber del bowl, el líquido se chorreaba de sus labios y goteaba desde
su mentón. Se limpió con el antebrazo, Espelmi solo lo miró con sorpresa. Dejó
el bowl a un costado.
- - Gracias por la comida – responde sin emoción ni
sinceridad
Jiroh
se queda en silencio, como si la carencia de su voz provocara que todo el pueblo
y la naturaleza lo imitarán. Espelmi no aguantó ese sin sonido inquietante,
además de preocuparse por la actitud extraña del viajero.
- - Pensé que te alegrarías de verme… pero actúas
como si fuera una extraña. ¿Me olvidaste durante el viaje?
- - No pasó ni un solo día que haya dejado de
recordarte. Pero… no siento lo mismo
- - ¿No sientes lo mismo?
- - Es como si, los recuerdos, mi vida, mi historia,
todo estuviera en mi mente… pero no las emociones
Espelmi
no comprendía las palabras de Jiroh, creyó que las experiencias por las que
atravesó hasta matar al Secundario le habían afectado.
- - Recuerdo las pashes, recuerdo el caldo de
orugas, te recuerdo a ti… solo eso. Todo me es insensible, desde que…
- - ¿Qué?
¿Desde cuándo?
- - Desde que caminé por…
- - ¡Espelmi! – entra Freire al establo sin
percatarse de la presencia del invitado – Mamá dice que… ¿tú?- ¡Tú eres el
viajero sub-espacial!
-¡Freire! ¡Vete! – le grita Espelmi
-Le tengo que avisar a mis amigos…
Espelmi
lo sujeta del brazo antes de que pueda atravesar la puerta del establo.
- - No vas a decir ni una palabra – le advierte su
hermana
- - Bueno, entonces me quedaré
- - No, te me vas de aquí, ahora
- - Entonces me iré, y le contaré a mamá, y a mis
amigos
Espelmi
lo mira enfadada. Jiroh aun sigue con un rostro inexpresivo.
- - Quédate – dice la hermana con tono amargado
- - Me ha dado hambre, quiero repetir el caldo de
mamá – dice Freire en tono engreído
- - ¿Y qué quiere que haga?
Freire
sonríe maliciosamente, se sujeta las muñecas detrás de su espalda.
- - Eres un tremendo. Jiroh, espérame, por favor –
le pide Espelmi antes de salir del establo
Jiroh
toma asiento en la paja, no sin antes inspeccionarla con las manos para
asegurarse de no sentarse encima de excremento o paja húmeda. Freire se sitúa a
su costado como los perros de porcelana que se encuentran en las cumbres L’o.
- - ¿El Secundario tiene los dientes puntiagudos
como las espadas del rey? – empieza Freire con la mini entrevista
- - No lo sé, nunca me atacó con sus mordiscos
- - ¿No lo hizo? Pero eso es lo primero que hace
cuando detecta a una persona
- - Pues no nos atacó porque nunca nos detectó.
Nosotros lo atacamos primero mientras dormía
- - ¿Y cómo lo vencieron? Si dicen que es tan rápido
como el viento y tan duro como el acero
- - Mi grupo y yo lo atacamos con Lait
- - ¿La espada forjada en las profundidades de la
Laguna roja?
Jiroh
no respondió, de nuevo vuelve a perder la mirada en un punto neutro del
establo. Espelmi entró con el bowl, sin el mismo cuidado que tuvo al entregarle
el recipiente a Jiroh. Dejó que medianas cantidades de sopa cayeran a la tierra
y se lo entregó con desgano a su hermano.
- - Dijiste que te volviste insensible cuando
caminaste por un lugar – Espelmi retoma la conversación
- - Hermana, el viajero sub–especial me estaba
contando como mató al Secundario
- - ¡Freire! – grita la mamá de ambos – ven a sacar
agua del pozo
- - Tienes que ir – le advierte su hermana
- - Pero quiero que me cuente
- - Te prometo que cuando regrese te diré todo lo
que quieras saber – le indica Jiroh
Ni
Espelmi ni Freire entendieron a qué se refirió con “cuando regrese”. Si el
héroe estaba de regreso, ¿por qué tendría que volver?. De todas formas, la
firmeza en sus palabras y su mirada penetrante hipnotizó a Freire a volver a
sus asuntos. Una vez que el hermano menor abandonó el establo, Jiroh se levantó
con una fuerza de voluntad indescriptible.
- - Tengo que irme – dice Jiroh de manera robótica y
prosiguió a salir del establo sin ningún reparo
-¿A dónde? – lo sigue Espelmi
Lo
llamó innumerables veces por su nombre mientras este caminaba como un ser sin
alma. Sin darse cuenta, ya habían atravesado los campos de lylac y el bosque
vivo. Cuando Espelmi sintió una superficie caliente en las plantas de sus pies,
se percató que ya estaban en la playa que bordeaba el mar Ded; aquel área verde
cristalino a la que sus padres jamás la llevaron. Ese playa era solo para la
realeza que alguna vez se preocupó por el pueblo de Haru.
- - Viajero sub-espacial – gritó Espelmi en vista que
el hombre a quien seguía no respondía por su nombre real
El
sujeto dio media vuelta, con una expresión inexpresiva, como si la vida fuera
gris y su entorno no emitiera ni una sensación de dulzura o fealdad.
- - ¿Por qué haces todo esto? – pregunta Espelmi
ahora que tiene su atención - ¿Ya no me quieres?
Espelmi
percibió un mínimo grado de tristeza al ver temblar la mandíbula de Jiroh; ese
detalle le hizo notar que ese muchacho, a quien abrazó por última vez en el
campo de lylacs, sentía algo aún.
- - No es que no te quiera porque no lo quiera así, es
que no te quiero porque no puedo – ahora era Espelmi era la petrificada, no
entendía lo anunciado pero le atemorizaba – Cuando crucé la cueva de Memuar, en
camino a la Laguna Roja, mi grupo y yo fuimos infectados por una toxina… blanca
e incolora. Nos dijeron que para matar al Secundario, necesitábamos sacrificar
algo en la cueva: a nuestros seres queridos, pero no de manera física, sino en
términos relacionales. La toxina mata los sentimientos que tenemos hacia otras
personas. Sabemos que lo sentimos por alguien alguna vez… pero ya no lo
experimentamos… somos hombres muertos, Espelmi
Jiroh
da media vuelta para mirar de reojo el mar.
- - Pero aun puedo salvarme, Espelmi, puedo
recuperar lo pérdido
- - ¿Cómo?
- - Regresando a la cueva
- - ¿Vas a emprender de nuevo el viaje? No, Jiroh,
no puedes hacerlo, quédate
- - Si me quedo, solo seré un pedazo de carne y hueso
andante. Y tú te mereces algo mejor
Espelmi
abraza a Jiroh sin titubear, la sola idea de perderlo por un nuevo tiempo
indefinido era inconcebible.
- - ¿Esto no te hace sentir algo? – le pregunta
Espelmi mientras intenta en vano esconder las lágrimas y besarlo en la mejilla
innumerables veces
- - Espelmi… no puedo sentir nada…
Jiroh
se encamina hacia el fondo del océano, avanzando en línea recta hasta que su
cuerpo desaparezca. Minutos después, un rayo de luz azul intenso atravesó
perpendicularmente el fondo del océano. Vio a Jiroh elevarse dentro del rayo de
luz, como la última vez que se teletransportó hacia la aventura. La luz
desapareció, y Jiroh con él.
Espelmi
retornó a casa, obviando su entorno como si Jiroh se hubiera llevado consigo
sus emociones. Su hermano lo esperaba, sentado en los peldaños de la casa. Al
ver a Espelmi acercándose, se aproximó inmediatamente.
- - ¿A dónde se fue Jiroh? – pregunta Freire como si
reclamara por haberle interrumpido la crónica que le contaba el héroe
- - Ese no era Jiroh
- - ¿Qué? ¿Un impostor? Hay varios en la galaxia con
el poder de transformarse en personas, ¿habrá sido un impostor?
- - No, solo era un hombre distinto
- - Espelmi, ¡no te entiendo!
Espelmi
ingresa a su casa, entra a su habitación, se sentó al costado de su dormitorio.
Miró por la ventana, divisó las luces del pueblo en señal de celebración por la
llegada del héroe.
El
pueblo de Haru ansiaba el regreso del viajero sub-espacial. Espelmi solo quería
a Jiroh de vuelta.
Espelmi
observó el cielo, reconoció a las tres estrellas Lilith, Uriel y Metatrón; y
les rezó para que le devolvieran al muchacho sano y salvo… o por lo menos que
recibiera un fénix mensajero informando sobre él, como alguna vez lo prometió
el joven antes de convertirse en lo que era: la leyenda del viajero
sub-espacial.