Él se despertó preocupado a
las 5 a.m.; ella seguía dormida
No
supo si la razón de su sueño interrumpido fue el sonido de las gotas de lluvia
impactando en su ventana, o la leve corriente de frío que corría sobre su pie
destapado de las sábanas. Él solo supo que eran las 5 a.m., su despertador lo
indicaba y la ventana que daba una iluminación gris lo pronosticaba.
Giro
su cabeza unos 90º a su izquierda y la vio dormida. Eran muchas las veces que
la observaba en dicho estado: cuando veían una película en su sala, cuando ella
llegaba del trabajo y se recostaba en su cama, cuando ella terminaba de darse
un baño y se tendía en la tina llena de agua caliente, etc. Pero esta ocasión
fue la especial para que miles de inquietudes invadieran su cabeza.
“¿Por
qué ella estaba dormida a su lado? Porque eran novios”, se preguntó y respondió
él inmediatamente. Pero, ¿qué tenía él que a ella le interesara? No era un
hombre apuesto, lo sabía desde hacía mucho cuando miraba su reflejo en el
espejo y lo corroboró en aquel instante cuando notó que su abdomen sobresalía
de su pijama con cada bocado de respiración que daba.
“Quizás
no sea una chica superficial”, se argumentó a sí mismo. Recordó que una de las
infinitas cualidades que lo enamoró fue la sencillez de ella por apreciar a
todos sin importar sus bellezas o fealdades.
Rozó
con su pie descalzo las suaves piernas de ella. Esa conexión entre los
resultados del tacto lo llevó a dirigir su mirada hacia su rostro, solo
enfocándose en aquella superficie blanca y perfecta que decoraba todo en ella:
su cara, su nariz, sus orejas. Con sus ojos recorría el camino conocido como
piel desde su frente, bajando por su cuello y terminando en sus hombros que
delimitaban con las sábanas.
No,
él no necesitaba de la imaginación para saber qué escondían las sábanas. Él
sabía exactamente cómo era ella tal cual Dios la envió a la Tierra, porque ella
lo decidió. Él le hizo cosas que ella nunca se lo habría permitido a ningún
otro hombre, porque ella lo decidió. Él estaba dentro de su corazón, porque
ella lo decidió.
Pero
la inquietud continuaba: ¿por qué? ¿por qué ella decidiría todo eso y más? Él
ya sabía que no era una cuestión de atractivo físico. Por ende, solo le quedaba
él como persona.
Y
tampoco estamos hablando del mejor hombre que puso un pie en el planeta Tierra,
que digamos.
Explicaciones
no hacen falta: desde lanzar un ladrillo al parabrisas de un profesor que lo
jaló en un curso hasta tirar al suelo la caja registradora de un puesto de
comida en un centro comercial por el mero hecho de ser atendido fuera de
tiempo. Ni qué decir de la ocasión que le reventó las cuatro llantas al 4x4 que
se estacionó al frente de su casa sin su permiso.
No,
él no era el mejor hombre que había dado un respiro en la Tierra; tampoco se
preocupaba por serlo.
La
lluvia había cesado, el frío dejó de ambientar la habitación y la luz gris
tornaba azul. Él dio un último vistazo a ella y volvió a preguntarse porqué.
Entonces, por arte de Dios, la magia o una superinflación de raciocinio en su
cerebro se le vino una idea esperanzadora: ¿y si hay algo en mí que solo ella
puede ver?
Él
cerró los ojos y se dejó llevar por el sueño.
Quizás
él era tan malo consigo mismo que se olvidó lo bueno que era… o quizás ella era
tan buena que podía ver lo bueno hasta en lo más malo.