lunes, 26 de octubre de 2015

Él y Ella - Él se despertó preocupado a las 5 a.m.; ella seguía dormida

Él se despertó preocupado a las 5 a.m.; ella seguía dormida



No supo si la razón de su sueño interrumpido fue el sonido de las gotas de lluvia impactando en su ventana, o la leve corriente de frío que corría sobre su pie destapado de las sábanas. Él solo supo que eran las 5 a.m., su despertador lo indicaba y la ventana que daba una iluminación gris lo pronosticaba.

Giro su cabeza unos 90º a su izquierda y la vio dormida. Eran muchas las veces que la observaba en dicho estado: cuando veían una película en su sala, cuando ella llegaba del trabajo y se recostaba en su cama, cuando ella terminaba de darse un baño y se tendía en la tina llena de agua caliente, etc. Pero esta ocasión fue la especial para que miles de inquietudes invadieran su cabeza.

“¿Por qué ella estaba dormida a su lado? Porque eran novios”, se preguntó y respondió él inmediatamente. Pero, ¿qué tenía él que a ella le interesara? No era un hombre apuesto, lo sabía desde hacía mucho cuando miraba su reflejo en el espejo y lo corroboró en aquel instante cuando notó que su abdomen sobresalía de su pijama con cada bocado de respiración que daba.

“Quizás no sea una chica superficial”, se argumentó a sí mismo. Recordó que una de las infinitas cualidades que lo enamoró fue la sencillez de ella por apreciar a todos sin importar sus bellezas o fealdades.

Rozó con su pie descalzo las suaves piernas de ella. Esa conexión entre los resultados del tacto lo llevó a dirigir su mirada hacia su rostro, solo enfocándose en aquella superficie blanca y perfecta que decoraba todo en ella: su cara, su nariz, sus orejas. Con sus ojos recorría el camino conocido como piel desde su frente, bajando por su cuello y terminando en sus hombros que delimitaban con las sábanas.

No, él no necesitaba de la imaginación para saber qué escondían las sábanas. Él sabía exactamente cómo era ella tal cual Dios la envió a la Tierra, porque ella lo decidió. Él le hizo cosas que ella nunca se lo habría permitido a ningún otro hombre, porque ella lo decidió. Él estaba dentro de su corazón, porque ella lo decidió.

Pero la inquietud continuaba: ¿por qué? ¿por qué ella decidiría todo eso y más? Él ya sabía que no era una cuestión de atractivo físico. Por ende, solo le quedaba él como persona.

Y tampoco estamos hablando del mejor hombre que puso un pie en el planeta Tierra, que digamos.

Explicaciones no hacen falta: desde lanzar un ladrillo al parabrisas de un profesor que lo jaló en un curso hasta tirar al suelo la caja registradora de un puesto de comida en un centro comercial por el mero hecho de ser atendido fuera de tiempo. Ni qué decir de la ocasión que le reventó las cuatro llantas al 4x4 que se estacionó al frente de su casa sin su permiso.
No, él no era el mejor hombre que había dado un respiro en la Tierra; tampoco se preocupaba por serlo.

La lluvia había cesado, el frío dejó de ambientar la habitación y la luz gris tornaba azul. Él dio un último vistazo a ella y volvió a preguntarse porqué. Entonces, por arte de Dios, la magia o una superinflación de raciocinio en su cerebro se le vino una idea esperanzadora: ¿y si hay algo en mí que solo ella puede ver?

Él cerró los ojos y se dejó llevar por el sueño.


Quizás él era tan malo consigo mismo que se olvidó lo bueno que era… o quizás ella era tan buena que podía ver lo bueno hasta en lo más malo.