lunes, 26 de octubre de 2015

Él y Ella - Él se despertó preocupado a las 5 a.m.; ella seguía dormida

Él se despertó preocupado a las 5 a.m.; ella seguía dormida



No supo si la razón de su sueño interrumpido fue el sonido de las gotas de lluvia impactando en su ventana, o la leve corriente de frío que corría sobre su pie destapado de las sábanas. Él solo supo que eran las 5 a.m., su despertador lo indicaba y la ventana que daba una iluminación gris lo pronosticaba.

Giro su cabeza unos 90º a su izquierda y la vio dormida. Eran muchas las veces que la observaba en dicho estado: cuando veían una película en su sala, cuando ella llegaba del trabajo y se recostaba en su cama, cuando ella terminaba de darse un baño y se tendía en la tina llena de agua caliente, etc. Pero esta ocasión fue la especial para que miles de inquietudes invadieran su cabeza.

“¿Por qué ella estaba dormida a su lado? Porque eran novios”, se preguntó y respondió él inmediatamente. Pero, ¿qué tenía él que a ella le interesara? No era un hombre apuesto, lo sabía desde hacía mucho cuando miraba su reflejo en el espejo y lo corroboró en aquel instante cuando notó que su abdomen sobresalía de su pijama con cada bocado de respiración que daba.

“Quizás no sea una chica superficial”, se argumentó a sí mismo. Recordó que una de las infinitas cualidades que lo enamoró fue la sencillez de ella por apreciar a todos sin importar sus bellezas o fealdades.

Rozó con su pie descalzo las suaves piernas de ella. Esa conexión entre los resultados del tacto lo llevó a dirigir su mirada hacia su rostro, solo enfocándose en aquella superficie blanca y perfecta que decoraba todo en ella: su cara, su nariz, sus orejas. Con sus ojos recorría el camino conocido como piel desde su frente, bajando por su cuello y terminando en sus hombros que delimitaban con las sábanas.

No, él no necesitaba de la imaginación para saber qué escondían las sábanas. Él sabía exactamente cómo era ella tal cual Dios la envió a la Tierra, porque ella lo decidió. Él le hizo cosas que ella nunca se lo habría permitido a ningún otro hombre, porque ella lo decidió. Él estaba dentro de su corazón, porque ella lo decidió.

Pero la inquietud continuaba: ¿por qué? ¿por qué ella decidiría todo eso y más? Él ya sabía que no era una cuestión de atractivo físico. Por ende, solo le quedaba él como persona.

Y tampoco estamos hablando del mejor hombre que puso un pie en el planeta Tierra, que digamos.

Explicaciones no hacen falta: desde lanzar un ladrillo al parabrisas de un profesor que lo jaló en un curso hasta tirar al suelo la caja registradora de un puesto de comida en un centro comercial por el mero hecho de ser atendido fuera de tiempo. Ni qué decir de la ocasión que le reventó las cuatro llantas al 4x4 que se estacionó al frente de su casa sin su permiso.
No, él no era el mejor hombre que había dado un respiro en la Tierra; tampoco se preocupaba por serlo.

La lluvia había cesado, el frío dejó de ambientar la habitación y la luz gris tornaba azul. Él dio un último vistazo a ella y volvió a preguntarse porqué. Entonces, por arte de Dios, la magia o una superinflación de raciocinio en su cerebro se le vino una idea esperanzadora: ¿y si hay algo en mí que solo ella puede ver?

Él cerró los ojos y se dejó llevar por el sueño.


Quizás él era tan malo consigo mismo que se olvidó lo bueno que era… o quizás ella era tan buena que podía ver lo bueno hasta en lo más malo.


viernes, 18 de septiembre de 2015

De vuelta al pueblo de Haru



Espelmi se encontraba recostada en el campo de lylac, flores de colores fríos que cambian de aspecto según la temporada del año. La muchacha observaba el cielo y divisaba las estrellas Lilith, Uriel y Metatrón. Su padre le comentó, en algún momento de su niñez, que esas estrellas eran ángeles y cada mil años visitaban los pueblos para bendecirlos. Incluso aseguró que su abuela, Bachan, tuvo contacto con Lilith; cuando esta se topó con ella mientras se bañaba en el río Fluz.

El viento, las nubes y las plantas mismas viraron hacia donde la estrella mayor se oculta; Espelmi se vio obligada a mirar, por curiosidad, el porqué de la actitud inesperada de la naturaleza. Era su hermanito, Freire, que corría a toda velocidad hacia su hermana mayor y que venía por la misma dirección de donde se escondía el ambiente.

-  - ¡Está aquí! ¡Ya llegó! – corría y gritaba Freire mientras las plantas se abrían paso para no ser aplastadas por los pies ligeros del niño
-     -  ¿Quién?
-     - El viajero sub-espacial

La primera vez que Espelmi escuchó ese apodo, le costó recodarlo, lo consideraba un sobrenombre ridículo. Al contrario, decidió conservar en su memoria el nombre verdadero del apodado: Jiroh. Irónicamente, después de 12 atardeceres en el pueblo de Haru (que equivale a 6 meses como ustedes lo perciben), Espelmi consiguió asociar “El viajero sub-espacial” y Jiroh como una sola persona.

     - ¿Dónde está? – pregunta Espelmi, quien sintió un escalofrío al recibir la noticia; escalofrío que se mezcló con las bajas temperaturas que sufría el pueblo
-     - Lo han llevado al municipio del general. Grart dice que tenía el colmillo del Secundario; Mirir me juró por su tatarabuelo, Loe’n, y que aun vive hasta estos días, que el Viajero regresó sin un brazo; Leonoro, que dijo ser el primero del grupo en verlo, aunque eso es mentira, porque el primero fue el hijo de la tejedora de mantas que…
-      - ¡Basta Freire! Llévame donde él
-      - Sí, hermana

Al recorrer por los campos y observar el cielo dividido en el atardecer y anochecer de manera tan marcada, Espelmi recordó la leyenda que el pueblo narraba a los descendientes, y los descendientes a sus descendientes: “la naturaleza le dará la bienvenida como el héroe que es”. Ni ella ni su hermano corrían, pero avanzaban a paso ligero.

-     - ¿Qué dijo Leonoro? – Espelmi reconoce la curiosidad que le causó los comentarios de se hermanito con respecto a la llegada del héroe
-     - Dijo que fue el primero en verlo, aunque es mentira porque Rikio mandó a un fénix mensajero a los del grupo, dijo que lo vio saliendo del mar Bugenda – Freire mira de reojo a su hermana, quien le da una mirada de impaciencia por la cantidad de información que transmite sin llegar a la raíz del asunto – En fin, la cosa es que Leonoro nos dijo que estaba ciego
-     -  ¿Ciego?
-      - Sí, que caminaba raro
-      - Eso no significa que esté ciego
-      - Pero dice que se movía como no supiera donde pisaba
-      - Tú caminas sin saber donde pisas y no estás ciego

Freire se tropieza con una roca, se levanta lanzando pequeños gemidos de dolor. Su hermana no se toma la molestia de ayudarlo ni por un segundo. En su mente, ella asegura que su hermanito ya no es tan pequeño para estar cuidándolo como un niño. Continúan con el paso, las luces del pueblo le dan a entender a Espelmi que su hermano tenía razón con la llegada de Jiroh.

-    - ¿Le vas a dar un beso al Viajero sub-espacial? – pregunta Freire, que caminaba por el recorrido formado con tierra blanca, como si mantuviera el equilibrio; extendiendo los brazos, tambaleándose y mirando el suelo para evitar una nueva caída
-      - ¿Qué dices? – pregunta entre extrañada y malhumorada
-     - Que si le vas a dar un beso al Viajero sub-espacial – alza más la voz pero mantiene el mentón pegado al pecho para no despegar la mirada del suelo
-    - Primero, no lo llames así, ¿por qué todos se complican la vida llamándolo por ese apodo tan largo? Se llama Jiroh y punto
-     - La leyenda dice que él es el…
-     - Ya sé lo que dice la leyenda. Segundo, ¿por qué crees que le voy a dar un beso?
-     - Porque estás enamorada de él
-     - ¿De dónde sacas esas ideas?
-     - Hidami, la hermana de Nurbert, dice que los vio en el campo de lylac agarrados de la mano y luego abrazados, en el último día antes de su partida al planeta Froyd
-    - ¿Ah sí? Pues la hermana de Nurbert es una tremenda… - Espelmi permanece en silencio, no quería corromper a su hermanito con lenguaje ofensivo – Olvídalo
-     - Entonces… ¿es cierto?
-     - No, Freire, no le voy a dar un beso
-     - No, eso no; lo de que se abrazaron antes de que se vaya a luchar contra el Secundario
-    - No – miente Espelmi, sus palabras no logran convencer a Freire, pero este no insiste y decide seguirle el juego

El pueblo estaba reunido a las afueras del municipio del general. Espelmi logra escabullirse entre la multitud con su hermano, quien tenía una mayor facilidad para entrar por los espacios pequeños. Ingresan al municipio y observan un estrado lleno de sabios, líderes y sacerdotes. Al centro estaba Jiroh, el tiempo le había jugado un mal rato con su apariencia física, pero el corazón de Espelmi latió como la primera vez que lo conoció: de manera incesante.

-  - Repita, viajero, ¿cómo venció al Secundario? – el sacerdote, ciego y sentado en una manta roja, interroga al héroe
-  - Lo rastreé en el planeta Asoi, supuse que estaría indefenso porque el dios tiene como hábitat los ecosistemas húmedos. Y como todos saben, el planeta Sho es conocido por sus desiertos infértiles y altas temperaturas
-  - ¿Cómo venciste al dios siendo tú un simple mortal? – el gobernador, escéptico, continua con el interrogatorio
-   - No es un simple mortal, gobernador – interrumpe el sabio – Está hablando con el elegido por el Universo, con el Viajero Sub-Espacial
-      - Si no me cree, aquí tiene la prueba – interrumpe el viajero

El viajero extrae de una bolsa gris una bola blanca, rodeada por mucosidad, con varias pequeñas líneas a sus alrededores que indicaban venas. Era el ojo del Secundario. Todos gritaron de la sorpresa.

-      Bienaventurado el pueblo y los hombres que sean libres de los dioses imponentes – grita el sacerdote, el pueblo le sigue el coro

Jiroh tiene la mirada perdida, divisa a Espelmi entre la multitud. No era felicidad, ni alegría, mucho menos amor lo que sus ojos expresaban. Solo una ligera sorpresa. Se baja del estrado, camina entre la multitud que lo abraza, logra apartarse y salir del municipio. Mira el cielo oscureciéndose como si fingiera que alguien lo ve desde el infinito del espacio.

-     -  Después de 12 atardeceres recién te apareces – Espelmi le interrumpe su fijación por el cielo
-      - 12 atardeceres, era el tiempo estimado según la leyenda – responde Jiroh de manera neutra
-      - Prometiste enviarme un fénix mensajero por cada atardecer
-      - Los fénix no pueden hacer viajes tan largos, me di cuenta cuando mandé el primero y nunca regresó

Ambos se miran. Las emociones y sentimientos que compartieron aquella última vez que compartieron miradas no se repitieron en dicho instante. Era una conexión bizarra, desconcierto, misterio. El pueblo salía del municipio bailando, bebiendo y gritando.

-      - Búscame a la casa de campo, ¿recuerdas dónde era? – pregunta Espelmi
-      - Sí – responde Jiroh con la misma neutralidad
-      - Bien, ve al establo y procura que mi madre no te vea

La madre de Espelmi dejó la mesa servida. Los choclos provenientes de las semillas de Jimawara estaban fríos como la temperatura de los campos de donde provenían. El caldo de orugas azules estaba servido al centro de la mesa, en un bowl de piedras calientes. Espelmi bebió rápidamente la sopa, para la sorpresa de su madre y de hermano; quienes de antemano saben el poco gusto que tiene la muchacha por los caldos y la comida muy caliente.

-    - ¿Puedo llevar un poco más de caldo al establo? – la petición de Espelmi sorprendió más aún a su madre
-     -  Eh… sí, pero, ¿por qué quieres llevártelo allá? Puedes tomártelo aquí
-     - Es que las pashes no se están sintiendo muy bien, me voy a quedar con ellas hasta que estén mejor
-     - Yo te acompaño – se ofrece Freire
-     - ¡No! – la chica misma se asusta con su tono de voz – Yo… puedo sola

Espelmi sujetó con cuidado el bowl y caminó como si el objeto que llevaba en manos fuera tan frágil como el hielo de los montes Jaig. Se olvidó de vestir sus zapatos de casa, pisó la tierra húmeda, creyó haber aplastado a un cerdito de tierra; pero levantó la planta del pie y se trataba de pequeñas piedras que impedían la creación de colmenas cerca de la granja.

Abrió las grandes, pero livianas, puertas del establo con sus brazos. Jiroh estaba sentado, mirando fijamente a las pashes que le devolvían el mismo gesto.

-     - ¿Qué milagro no la estás acariciando? – le pregunta Espelmi mientras le extiende el bowl con cuidado
-      - ¿Por qué la acariciaría? – recibe el bowl sin mucha delicadeza, se vierte un tanto de sopa en la paja que cubría el suelo
-     - Te encantaba hacer eso – se sienta a su costado – Dijiste que después de volver de la cacería, lo primero que harías sería acariciarlas

Jiroh empezó a beber del bowl, el líquido se chorreaba de sus labios y goteaba desde su mentón. Se limpió con el antebrazo, Espelmi solo lo miró con sorpresa. Dejó el bowl a un costado.

-     - Gracias por la comida – responde sin emoción ni sinceridad

Jiroh se queda en silencio, como si la carencia de su voz provocara que todo el pueblo y la naturaleza lo imitarán. Espelmi no aguantó ese sin sonido inquietante, además de preocuparse por la actitud extraña del viajero.

-    - Pensé que te alegrarías de verme… pero actúas como si fuera una extraña. ¿Me olvidaste durante el viaje?
-      - No pasó ni un solo día que haya dejado de recordarte. Pero… no siento lo mismo
-      - ¿No sientes lo mismo?
-     - Es como si, los recuerdos, mi vida, mi historia, todo estuviera en mi mente… pero no las emociones

Espelmi no comprendía las palabras de Jiroh, creyó que las experiencias por las que atravesó hasta matar al Secundario le habían afectado.

-      - Recuerdo las pashes, recuerdo el caldo de orugas, te recuerdo a ti… solo eso. Todo me es insensible, desde que…
-      - ¿Qué? ¿Desde cuándo?
-     -  Desde que caminé por…
-     - ¡Espelmi! – entra Freire al establo sin percatarse de la presencia del invitado – Mamá dice que… ¿tú?- ¡Tú eres el viajero sub-espacial!
-      ¡Freire! ¡Vete! – le grita Espelmi
-      Le tengo que avisar a mis amigos…

Espelmi lo sujeta del brazo antes de que pueda atravesar la puerta del establo.

-    -  No vas a decir ni una palabra – le advierte su hermana
-    -  Bueno, entonces me quedaré
-    -  No, te me vas de aquí, ahora
-    -  Entonces me iré, y le contaré a mamá, y a mis amigos

Espelmi lo mira enfadada. Jiroh aun sigue con un rostro inexpresivo.

-    -  Quédate – dice la hermana con tono amargado
-    -  Me ha dado hambre, quiero repetir el caldo de mamá – dice Freire en tono engreído
-    -  ¿Y qué quiere que haga?

Freire sonríe maliciosamente, se sujeta las muñecas detrás de su espalda.

-    -  Eres un tremendo. Jiroh, espérame, por favor – le pide Espelmi antes de salir del establo

Jiroh toma asiento en la paja, no sin antes inspeccionarla con las manos para asegurarse de no sentarse encima de excremento o paja húmeda. Freire se sitúa a su costado como los perros de porcelana que se encuentran en las cumbres L’o.

-    -  ¿El Secundario tiene los dientes puntiagudos como las espadas del rey? – empieza Freire con la mini entrevista
-     - No lo sé, nunca me atacó con sus mordiscos
-     - ¿No lo hizo? Pero eso es lo primero que hace cuando detecta a una persona
-     - Pues no nos atacó porque nunca nos detectó. Nosotros lo atacamos primero mientras dormía
-     - ¿Y cómo lo vencieron? Si dicen que es tan rápido como el viento y tan duro como el acero
-     - Mi grupo y yo lo atacamos con Lait
-     - ¿La espada forjada en las profundidades de la Laguna roja?

Jiroh no respondió, de nuevo vuelve a perder la mirada en un punto neutro del establo. Espelmi entró con el bowl, sin el mismo cuidado que tuvo al entregarle el recipiente a Jiroh. Dejó que medianas cantidades de sopa cayeran a la tierra y se lo entregó con desgano a su hermano.

-    -  Dijiste que te volviste insensible cuando caminaste por un lugar – Espelmi retoma la conversación
-    -  Hermana, el viajero sub–especial me estaba contando como mató al Secundario
-    -  ¡Freire! – grita la mamá de ambos – ven a sacar agua del pozo
-    -  Tienes que ir – le advierte su hermana
-    -  Pero quiero que me cuente
-    -  Te prometo que cuando regrese te diré todo lo que quieras saber – le indica Jiroh

Ni Espelmi ni Freire entendieron a qué se refirió con “cuando regrese”. Si el héroe estaba de regreso, ¿por qué tendría que volver?. De todas formas, la firmeza en sus palabras y su mirada penetrante hipnotizó a Freire a volver a sus asuntos. Una vez que el hermano menor abandonó el establo, Jiroh se levantó con una fuerza de voluntad indescriptible.

-    -  Tengo que irme – dice Jiroh de manera robótica y prosiguió a salir del establo sin ningún reparo
-      ¿A dónde? – lo sigue Espelmi

Lo llamó innumerables veces por su nombre mientras este caminaba como un ser sin alma. Sin darse cuenta, ya habían atravesado los campos de lylac y el bosque vivo. Cuando Espelmi sintió una superficie caliente en las plantas de sus pies, se percató que ya estaban en la playa que bordeaba el mar Ded; aquel área verde cristalino a la que sus padres jamás la llevaron. Ese playa era solo para la realeza que alguna vez se preocupó por el pueblo de Haru.

-   - Viajero sub-espacial – gritó Espelmi en vista que el hombre a quien seguía no respondía por su nombre real

El sujeto dio media vuelta, con una expresión inexpresiva, como si la vida fuera gris y su entorno no emitiera ni una sensación de dulzura o fealdad.

-     - ¿Por qué haces todo esto? – pregunta Espelmi ahora que tiene su atención - ¿Ya no me quieres?

Espelmi percibió un mínimo grado de tristeza al ver temblar la mandíbula de Jiroh; ese detalle le hizo notar que ese muchacho, a quien abrazó por última vez en el campo de lylacs, sentía algo aún.

-    -  No es que no te quiera porque no lo quiera así, es que no te quiero porque no puedo – ahora era Espelmi era la petrificada, no entendía lo anunciado pero le atemorizaba – Cuando crucé la cueva de Memuar, en camino a la Laguna Roja, mi grupo y yo fuimos infectados por una toxina… blanca e incolora. Nos dijeron que para matar al Secundario, necesitábamos sacrificar algo en la cueva: a nuestros seres queridos, pero no de manera física, sino en términos relacionales. La toxina mata los sentimientos que tenemos hacia otras personas. Sabemos que lo sentimos por alguien alguna vez… pero ya no lo experimentamos… somos hombres muertos, Espelmi

Jiroh da media vuelta para mirar de reojo el mar.

-     - Pero aun puedo salvarme, Espelmi, puedo recuperar lo pérdido
-     -  ¿Cómo?
-     -  Regresando a la cueva
-     -  ¿Vas a emprender de nuevo el viaje? No, Jiroh, no puedes hacerlo, quédate
-     -  Si me quedo, solo seré un pedazo de carne y hueso andante. Y tú te mereces algo mejor

Espelmi abraza a Jiroh sin titubear, la sola idea de perderlo por un nuevo tiempo indefinido era inconcebible.

-     - ¿Esto no te hace sentir algo? – le pregunta Espelmi mientras intenta en vano esconder las lágrimas y besarlo en la mejilla innumerables veces
-     - Espelmi… no puedo sentir nada…

Jiroh se encamina hacia el fondo del océano, avanzando en línea recta hasta que su cuerpo desaparezca. Minutos después, un rayo de luz azul intenso atravesó perpendicularmente el fondo del océano. Vio a Jiroh elevarse dentro del rayo de luz, como la última vez que se teletransportó hacia la aventura. La luz desapareció, y Jiroh con él.

Espelmi retornó a casa, obviando su entorno como si Jiroh se hubiera llevado consigo sus emociones. Su hermano lo esperaba, sentado en los peldaños de la casa. Al ver a Espelmi acercándose, se aproximó inmediatamente.

-     - ¿A dónde se fue Jiroh? – pregunta Freire como si reclamara por haberle interrumpido la crónica que le contaba el héroe
-     -  Ese no era Jiroh
-    - ¿Qué? ¿Un impostor? Hay varios en la galaxia con el poder de transformarse en personas, ¿habrá sido un impostor?
-     - No, solo era un hombre distinto
-     - Espelmi, ¡no te entiendo!

Espelmi ingresa a su casa, entra a su habitación, se sentó al costado de su dormitorio. Miró por la ventana, divisó las luces del pueblo en señal de celebración por la llegada del héroe.

El pueblo de Haru ansiaba el regreso del viajero sub-espacial. Espelmi solo quería a Jiroh de vuelta.

Espelmi observó el cielo, reconoció a las tres estrellas Lilith, Uriel y Metatrón; y les rezó para que le devolvieran al muchacho sano y salvo… o por lo menos que recibiera un fénix mensajero informando sobre él, como alguna vez lo prometió el joven antes de convertirse en lo que era: la leyenda del viajero sub-espacial.


sábado, 30 de mayo de 2015

Él y Ella - ¿Por qué él no se enojó con ella cuando perdió las entradas del cine?

Él y Ella

¿Por qué él no se enojó con ella cuando perdió las entradas del cine?

Se pensaba que él era muy amargado con la ciudad, los seres no vivos, los animales y las personas. Algunos creerían que él odiaba a los seres humanos por el mero hecho de haber nacido.

Pero haciendo justicia a la verdad, solo se trataba de un muchacho con ciertos ataques de ira; ataques que lo obligaron a lanzar su cajón criollo del escenario y hacerlo añicos cuando se equivocó en una presentación por el día de la madre. O la vez que le deseó un aborto a una mujer embarazada que le quitó su espacio en la cola para comprar un helado. Ni qué decir de la vez que se tomó la molestia de llamar a las oficinas de Microsoft para putear, a quien haya sido el desafortunado en contestar su llamada, porque los Windows de ahora no tienen ni punto de comparación con el XP. Sí, por estos motivos pequeños, él explotaba; pero doy fe que se trataban de momentos inestables, nada más.

Hasta que apareció ella y perdió las entradas de la función de cine.

Y no sólo eso: ella le pidió prestado su celular y lo dejó caer por descuido; debido a las leyes de la naturaleza (o de la mala suerte), el celular impactó con el suelo y se desarmó por completo a pesar de tener una carcasa que la protegía.

Ella y él bebieron en un bar, ella terminó tan picada que él estuvo en la obligación de llevarla hasta su casa, cargarla hacia su habitación y dejarla en su alcoba. No sin antes vomitarle las zapatillas nuevas que había adquirido por Internet.

Otra ocurrencia digna de mencionar fue el formateo de su laptop cuando ella descargó por torrents lo que parecía ser el quinto capítulo filtrado de Game of Thrones; solo para ser un troyano y acabar con la máquina.

Yo, como tercera persona y ser omnisciente en este texto, me habría preocupado por ella. Digo, cada ocurrencia era motivo suficiente para activar a la bomba conocido como él. Si lo ya mencionado no es bastante, para describir lo peligroso que se pone cuando las cosas no ocurren como quisiera, les contaré que clavó un tenedor en la mano de su compañero de clase porque este le robó una papa frita de su plato, en pleno refrigerio. O la vez que vociferó a los cuatro vientos “infarto andante” a un sujeto con obesidad crónica que se compró la última empanada de pollo en la universidad. Se consagró como un animal al tirar una bala de atletismo, de 3 kilos, en el pie derecho de un muchacho que le obstruía el paso a la zona de lanzamiento, simplemente porque se encontraba recostado y no lo escuchaba a él decir “permiso” incesantemente.

Ella le cedió todos los derechos para ser agredida física, verbal y hasta psicológicamente. Pero él no lo hizo, en ningún momento, bajo ninguna circunstancia.

La primera vez que salieron, cuando ella perdió las entradas del cine (y lo que marcó el primero de los múltiples sucesos accidentales), a él no le interesó en lo absoluto. No se enojó con ella, porque estaba enamorado, y ella… ella todavía no lo sabía.


¿Cómo se conocieron? ¿Cómo es posible que la relación funcionara con una bomba y un detonante sensible? ¿En algún momento explotará? Seguiré indagando y les comento.